Imagen del convento de las Carmelitas Descalzas en Lucena (Córdoba). :: R. C.
Sociedad

«¿Qué andarán haciendo las monjas?»

«Me quería morir», recuerda la priora del convento cordobés al que llamó Francisco para felicitar la Nochevieja

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El Papa Francisco cerró el año sin defraudar a quienes le señalan como uno de los grandes protagonistas del recién clausurado 2013. Sus gestos y sus palabras, tan alejados de los de sus antecesores, han tenido una resonancia incuestionable y alimentan la esperanza de aires renovados en la institución milenaria. La última sorpresa la dio el Pontífice en el día de Nochevieja.

«¿Qué andarán haciendo las monjas, que no pueden atender? Soy el Papa Francisco, quiero saludarlas en este fin de año, veré si más tarde las puedo llamar, que Dios las bendiga». Sor Adriana de Jesús Resucitado, priora de la congregación de las Carmelitas Descalzas en el convento de Lucena, no salía de su asombro cuando, al revisar las grabaciones registradas por el contestador durante el rezo de la Sexta en la mañana del pasado martes, escuchó el inesperado mensaje que llegaba desde la Santa Sede. «Me quería morir», admite la religiosa.

La relación de Bergoglio con la congregación se remonta a su periplo como arzobispo de Buenos Aires, hace quince años. «Siempre llamaba pidiendo oraciones y se interesaba por nosotras, aunque nunca hubo un trato directo y personal», recuerda una de las tres novicias argentinas que residen actualmente en el priorato del municipio cordobés. «Pero no esperaba que se acordara de nosotras», admite sorprendida.

Pero Francisco guardaba un grato recuerdo de aquella etapa y quiso celebrar junto a ellas el cuarto centenario de la congregación. Poco antes del mediodía sonó el teléfono en el despacho de Sor Adriana, pero nadie contestó. Superado el mal trago, la priora movió los hilos necesarios: «Llamé al obispo, al vicario, comenté lo que había pasado. A través del nuncio me facilitaron un teléfono pero no pude contactar con él. Yo pensaba que el Papa estaría ocupadísimo».

Pero tras varias horas de incertidumbre, poco antes de la última cena del año llegó la esperada comunicación. Quince minutos duró la conversación que, gracias al manos libres, pudo seguir toda la comunidad. Sor Adriana explica que Francisco insistió en trasladarles mensajes de ánimo y esperanza. Fiel a su vocación de pobreza, Bergoglio no ignoraba que el convento está situado en una de las zonas más humildes de la ciudad. «Especialmente se acordó de los que lo están pasando mal y extendió su saludo, su bendición y el deseo de un feliz año a todo el pueblo de Lucena», subraya la priora.

Antes de colgar, el Pontífice recordó una frase de su última exhortación, 'Evangelii Gaudium' (La alegría del Evangelio), según recuerda Sor Adriana: «Nos trasladó el mensaje de que no nos dejáramos robar la esperanza porque la tristeza lleva a la pereza espiritual, a la desesperanza. Nos habló de esta encíclica, en la que asegura que el alimento más sustancioso del demonio es la tristeza del hombre». Gracias a la llamada de Bergoglio, las discretas novicias de Lucena paladearon la cena de Nochevieja más exquisita que nunca pudieron imaginar.

Y es que no hay día en que Francisco no remueva los cimientos de la Iglesia. Ayer mismo, al celebrar en Roma una misa por el padre francés Pierre Favre (1506-1546), su modelo preferido de jesuita y declarado santo el mes pasado, el Papa recordó que «el Evangelio se anuncia con suavidad, fraternidad y amor» y no «con bastonazos inquisidores, con condenas». Otro mensaje de la actitud del pontífice hacia la Iglesia y hacia sus fieles.