Terroristas de Al-Qaida muestran sus armas en la ciudad iraquí de Ramadi. :: REUTERS
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Al-Qaida une los frente de Irak y Siria

La red terrorista desafía al Gobierno de Bagdad con su despliegue en Ramadi y Faluya tras 48 horas de combates

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La bandera negra de Al-Qaida (AQ) vuelve a ondear en Irak. Milicianos del Estado Islámico de Irak y Levante (ISIL), brazo de AQ en el país árabe, pelean por el control de Anbar y ya «controlan amplias zonas de Faluya y Ramadi», según fuentes de seguridad citadas por el canal Al-Arabiya, las dos principales ciudades de esta provincia que hace frontera con Siria. El ISIL ha aprovechado la inestabilidad generada desde el lunes por el desalojo por la fuerza de la acampada que la minoría suní del país mantenía en Ramadi desde hace un año en señal de protesta contra el Gobierno de Bagdad, en manos de la mayoría chií, para dar un golpe en la mesa y consolidar un área de influencia que iría desde Faluya, sesenta kilómetros al oeste de Bagdad, hasta Alepo, segunda ciudad más importante de la vecina Siria. Hace meses que el ISIL comenzó sus operaciones en suelo sirio, donde controla ciudades como Raqqa, y ahora aspira a hacer lo mismo en su lugar de origen.

Ejército y Policía se retiraron del centro de Faluya y Ramadi después de 48 horas de combates en los que hubo al menos catorce muertos. Los milicianos «han levantado decenas de puestos de control», según vecinos citados por la agencia AFP, han quemado comisarías y liberado a unos cien prisioneros. Como ocurre en la zona siria bajo su control -donde permanecen secuestrados más de 30 periodistas, entre ellos los españoles Javier Espinosa, Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas- tampoco hay presencia de prensa internacional sobre el terreno.

La acampada de protesta contra Maliki empezó en diciembre de 2012 como respuesta al intento de las autoridades de procesar al exministro de Economía Rafi al-Issawi, uno de los líderes de la comunidad suní, bajo la acusación de «colaborar con grupos terroristas». Desde entonces cada viernes se organizaban manifestaciones y las reivindicaciones principales eran «libertad para los presos políticos, igualdad en el acceso a cargos públicos y justicia». Tres demandas de una minoría acostumbrada a gobernar el país hasta que la invasión de Estados Unidos acabó con Sadam Husein y con la hegemonía suní. Maliki ordenó el desmantelamiento de la acampada porque consideraba que servía para dar cobijo a los milicianos del ISIL.

Herencia de Estados Unidos

La guerra por el control de Anbar ha jugado un papel clave en la escalada de violencia que sufre Irak y que en 2013 costó la vida a 8.868, entre ellos 7.818 civiles y 1.050 miembros de las fuerzas de seguridad, según los datos de Naciones Unidas. El organismo internacional alertó en el momento de la presentación del balance de víctimas de que «si los actuales niveles de violencia continúan sin cambios durante el próximo año, 2014 podría ser tan mortal como 2004, que presenció dos cercos a Faluya y el fortalecimiento de la insurgencia».

Los estadounidenses salieron del país árabe en diciembre de 2011 y ahora es el Ejército iraquí que entrenaron el que rodea Faluya y Ramadi, bastiones de lo que denominaron «el triángulo suní» durante la invasión. El Gobierno cuenta con la ayuda de algunas de las tribus locales, aunque la mayoría ha abandonado al primer ministro, Nuri al-Maliki, por su falta de apoyo.

Anbar fue el lugar más duro para las fuerzas de Estados Unidos y no lograron controlar la zona hasta la puesta en marcha de una estrategia ideada por el general David Petraeus que consistió en formar los 'sahwa' o 'consejos del despertar'. Decenas de miles de combatientes de la insurgencia suní empezaron a recibir sueldos de los americanos en todo el país a cambio de su colaboración hasta que a comienzos de 2009 se transfirió esta competencia al Gobierno de Nuri al-Maliki y empezaron los problemas. Sus sueldos a una tercera parte y las autoridades sólo incluyeron a una pequeña parte en las fuerzas armadas ya que «no existe una confianza absoluta en ellos debido a su pasado insurgente», confiesan los oficiales en Bagdad cuando se les interroga al respecto. Las fuerzas regulares fueron ocupando progresivamente su espacio, pero el descontento por las promesas incumplidas y la indefensión -están en el punto de mira de Al-Qaida, que les acusa de traidores, y de las milicias chiíes- hicieron crecer el descontento entre los antiguos combatientes.