El otro lado
Actualizado:Para los mexicanos bajacalifornianos, los Estados Unidos de Norteamérica no existen, pues lo que para su realidad existe se conoce como 'el otro lado', obviamente el confín sajón de la frontera de Tijuana, en este caso. Se le atribuye al presidente Porfirio Díaz la lastimera frase de «¡Mi pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!», expresada siempre como modelo de lamento. Este prodigio de país que resulta ser México es experto en confeccionar peripecias basadas en el lamento entendido como metodología fatal. Como épica aciaga. Cuántos anocheceres hemos dedicado mi amigo y colaborador el oceanógrafo Raúl Gómez a la lamentación y a la queja olímpicas, hincándonos tequila en el gaznate en la Cantina Hussong's de Ensenada, un templo del desdén y la porfía, buscando soluciones materiales a problemas inmateriales. En esa joya de cantina, se dan cita todos aquellos que, antes o después, con pasaporte o sin él, con ayuda de coyotes o a culo pelado, anhelan lascivamente con pasarse 'al otro lado', lo que les excita sintiéndose ya, aún sin acometer la epopeya, acariciando el éxito. No tienen en cuenta el riesgo a morir porque lo único que les motiva es alcanzar el éxito material. Van a vivir 'al otro lado' marginados e indefensos, hacinada su dignidad en barracones y bohíos, pero el poder comprarse un llamativo 'carro' destartalado les liberará de esas cadenas.
Cuando la clínica denomina al vértigo emocional, al trastorno límite de la personalidad, dolencia de 'borderline', bien supo elegir el vocablo, pues muchos seres lucidísimos se desorientan a la hora de elegir el buen paso para cruzar las fronteras que deslindan la esencia del ser de la del existir. Todas las fronteras geopolíticas, materiales o inmateriales, generan un cierto magnetismo que nos atrae hacia la transgresión, la propia de todo aprendizaje aventurado. Estamos sitiados por los confines y la confinación, lo que nos confiere el don de la personalidad, bálsamo que alivia la anodina carga que supone ejercer de individuo social con derechos. La espiritualidad no conoce confines. Como el amor, no evoluciona constreñida por las lindes de la materialidad sino que se expande henchida por la densa educación metafísica. La luz sin fronteras.