FÚTBOL DE ESCUELA

Resulta que el próximo capitulo de la guerra permanente de realidad aumentada entre Real Madrid y Barcelona lo va a protagonizar ahora un niño indígena de ocho años al que ya apodan como el 'Messi mapuche', por su procedencia y su parecido físico y manejando la pelota con el jugador argentino.

Se llama Claudio Gabriel Ñancufil, pero bien podría ser cualquiera de los niños que participaron el pasado sábado en el II Mundialito de la Fundación Cajasol en las instalaciones de la Universidad Pablo de Olavide, donde asistieron representando a la provincia equipos de las Escuelas Michael Robinson del Cádiz CF, Escuela Bahía del San Fernando CD y UD Xerez Chapín.

Se está convirtiendo en una tónica habitual hablar de niños que sin apenas haber llegado a la pubertad se convierten en objetos de deseo por parte de clubes profesionales que ven en ellos posibles estrellas del futuro y prefieren invertir en el proceso de creación del diamante que no tener que dejarse los millones cuando su brillo sea demasiado evidente a los ojos del fútbol mundial.

Niños que, aún recibiendo todo tipo de facilidades y comodidades para compaginar la pelota con los libros, encauzan desde bien temprano su vida para ser futbolista profesional casi sin haber disfrutado del juego por encima de la competición; del entretenimiento puro, de la diversión sin temor al fallo, del ánimo por encima de la reprimenda, del 'juntos podemos' antes del 'yo tengo que llegar a Primera'.

Los casos de 'erasmus futbolísticos' se multiplicaron de tal forma que la FIFA ha endurecido las condiciones para aprobar estos cambios de clubes. Es necesario proteger a los menores para que no se conviertan en mercancías al más puro estilo NBA. Porque una cosa es que crezcan con la ilusión de ser futbolistas y otra que pierdan la ilusión por el fútbol al convertir lo que debería ser una buena forma de educar a través del deporte en una carrera por ganar y destacar a toda costa.