El precio del poder y la ambición
La familia Erdogan, propietaria de un gran imperio empresarial, intenta sortear las sospechas de corrupción
Actualizado:11 de mayo de 1998. A mediodía, Ahmet Burak Erdogan, hijo mayor del actual primer ministro turco, conducía sin licencia el coche de su madre por las calles de Estambul. En un desafortunado descuido, hizo caso omiso de un semáforo y atropelló en un paso de cebra a Sevim Tanürek, una cantante muy apreciada en Turquía por sus intervenciones en radio y sus bandas sonoras para la rentable industria cinematográfica del país. Falleció en el hospital cinco días después como consecuencia de la gravedad de sus heridas.
El padre de Burak asumía en aquella época la alcaldía de la capital, una posición privilegiada que, a ojos de sus críticos, convirtió el posterior juicio en una delirante farsa. El tribunal, contra todo pronóstico, culpabilizó del accidente a Tanürek y el joven, que ni siquiera asistió al litigio, se libró de la cárcel abonando una fianza irrisoria. Desde entonces, el destino no dejaría de sonreírle: construiría peldaño a peldaño la multinacional Burmerz, que los analistas consideran «un auténtico milagro económico», y fundaría MB Shipping, una compañía de transportes cuyas relaciones comerciales con Israel, siempre desde la opacidad, todavía levantan ampollas.
Lo que podría parecer una broma macabra es, en realidad, una pequeña píldora que retrata a una república de aspiraciones europeístas donde el clan Erdogan y sus acólitos se aferran al poder con mano dura y tejemanejes entre bambalinas. A fin de cuentas, como aseguraba un célebre escritor, «detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen». Sin embargo, la reciente redada anticorrupción ha puesto contra las cuerdas al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), la formación política de un hombre que vivió su propio sueño americano. Recep Tayyip Erdogan, que comenzó a ganarse la vida vendiendo refrescos en la calle mientras jugaba al fútbol y hacía sus pinitos en el teatro como intérprete amateur, contempla con recelo como su imperio empieza a desmoronarse.
Esta controvertida operación, que estos días fustiga a la élite islámico-conservadora que dirige la nación desde 2002, no sólo ha ocasionado una grave crisis en los estamentos del poder y una profunda reestructuración del gabinete de Erdogan. Mientras la lira turca se desploma y se suceden las destituciones sumarias en lo gremios que han impulsado la investigación (la policía, la justicia y el funcionariado), el mandatario invoca un complot para debilitar al Estado, una teoría que no ha podido evitar que las acusaciones de corruptela alcancen a sus cuatro vástagos.
Una fundación bajo sospecha
Aunque se mueve en el sector financiero e inmobiliario, en el ojo del huracán se halla Bilal Erdogan por su papel de mánager en Turgev (Servicio para la Juventud y la Educación de Turquía), una ONG de naturaleza pedagógica. Formado en Ciencias Políticas en Reino Unido, se le acusa de «constitución y pertenencia a una organización criminal con fines lucrativos», lo que se traduce en tráfico de influencias, contratos públicos de dudosa legalidad y vínculos con sospechosos de pertenencia a Al-Qaida. Y las pesquisas apuntan a que se trataría solamente de la punta del iceberg. Ahmet Özis, correo privado de Reza Zarab, un importante hombre de negocios, entró en la sede de la institución el pasado 19 de julio con dos maletines que, presuntamente, contenían dinero para pagar un soborno urbanístico («Sólo llevaba libros coránicos», según afirmó Tayyip Erdogan). Abandonó el edificio con otro maletín pequeño. La forma de proceder, al menos, levanta suspicacias.
La desconfianza que han despertado las actividades de la fundación podrían manchar el tímido currículum de Esra Erdogan, que igualmente ocupa un sillón en la dirección. La joven, que estudió Economía en la Universidad de Indiana (Estados Unidos), está casada con Berat Albayrak, el hijo de un conocido columnista del diario Yeni Safak, un medio afín al AKP. El primer ministro también reservó un puesto para su yerno en Turgev tras el enlace celebrado en Estambul hace prácticamente una década. A las nupcias asistieron autoridades internacionales como el rey jordano Abdullah II, el presidente pakistaní y los regidores de Rumanía y Grecia. No se escatimó en parabienes y lujos. Una boda de película que el feliz progenitor, en su habitual tono grandilocuente, catalogó como «un encuentro de civilizaciones que abriría un puente entre Oriente y Occidente».
Aspiraciones políticas
Ambiciosa y perseverante, Sümeyye Erdogan es la única heredera del clan que pretende seguir los pasos del padre desde cierta discrección. La benjamina de la familia, que puede presumir de ser la más activa en redes sociales y foros públicos, es propietaria de una cadena de restaurantes de comida rápida y ejerce como consejera política del partido con un salario de ensueño. Participa en causas solidarias junto a su hermana Esra y su presencia es habitual en las sesiones del parlamento en Ankara y en viajes diplomáticos al extranjero.
Aunque Tayyip no ve con buenos ojos el sueño de su hija (en su momento, prohibió a los miembros del AKP promocionar la militancia de sus allegados), los rumores sobre su posible salto a la política nacional no cesan. Como mínimo, puede jactarse de la mejor formación posible. Además de asistir a una 'imam-hatip' (una escuela de educación secundaria en la que se educa en «valores musulmanes»), se licenció en Ciencias Políticas en Estados Unidos y se graduó en la Escuela de Economía de Londres gracias a la ayuda financiera de Remzi Gur, un rico empresario textil. No en vano, fue educada en el extranjero por la prohibición expresa de usar el pañuelo en una Turquía donde la secularidad era dominante.
Su futuro marido, Murat Alparslan, hijo de un parlamentario ultraconservador del AKP, es copropietario del diario Zaman y cabeza visible de la asociación Mazlumder, que, según reza su web oficial, «protege los derechos humanos, la dignidad y la justicia desde una óptica política, económica, social, jurídica, psicológica y cultural». Implicado en un escándalo de corrupción urbanística, se le vincula al proceso 'Deniz Feneri', uno de los mayores casos de fraude en Alemania.
En cualquier caso, si algo está claro es que Erdogan siente debilidad por la pequeña de la casa. Reprendió a un diputado de la oposición que se burló de ella en Twitter utilizando un lenguaje poco apropiado durante las protestas en la plaza Taksim.