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Hanna Arendt. / AP
FILÓSOFA JUDÍA

Hanna Arendt, el coraje y el precio de pensar

La película de Margarethe von Trotta ha vuelto a poner de actualidad la controversia que supusieron sus escritos sobre el juicio de Eichmann

MIGUEL SALVATIERRA
MADRIDActualizado:

En estos tiempos en los que las humanidades, y en concreto la filosofía, parecen carentes de utilidad ante los supremos valores de la rentabilidad económica y los beneficios materiales, la figura de Hanna Arendt (1906-1975) adquiere una singular importancia. Una época además en la que se echa en falta la atención a pensadores que desde todos los frentes intentan aportar claridad y ejemplaridad ante unas formas de hacer política que cada día están más alejadas de la transparencia y del debate público.

La película de Margarethe von Trotta no es una obra fallida, pero sabe a poco. La limitación de tiempo y forma de la obra cinematográfica necesariamente la obligan a sintetizar y resumir. Sin embargo, queda claro el mensaje de que Arendt tuvo que pagar un alto precio personal para mantener su verdad y la independencia de sus ideas. En vez de aceptar incondicionalmente, como buena judía, las tesis de su pueblo y aplicar de forma mecánica la idea de la criminalidad nazi en todas sus manifestaciones, se atrevió a pensar, a reflexionar sobre el hecho concreto que se planteaba ante una situación que Europa nunca se había podido imaginar vivir.

La filósofa judía fue contratada por la prestigiosa revista ‘New Yorker’ como enviada especial para escribir una serie de artículos sobre el criminal nazi, Adolf Eichmann, a quien los servicios del Mossad secuestraron en su refugio de Buenos Aires. A diferencia la versión del fiscal que retrató al mando de las SS como un monstruo criminal al servicio de un régimen genocida, Arendt lo describió como un tipo normal, un ambicioso burócrata, incapaz de pensar más allá de sí mismo, tan solo preocupado por cumplir lo que se le mandaba. En su obra ‘La banalidad del mal’, Arendt nos refleja a un personaje obsesionado con que los ‘trenes de la muerte’ funcionasen, como un engrasado mecanismo de relojería, que llegasen con puntualidad a los campos de exterminio, sin mostrar el más mínimo sentimiento de culpa, casi empeñado en ser el empleado del mes. Una pieza más del sistema que imperaba en su entorno y que todos, salvo contadas excepciones, aceptaban como legal. Como dice su personaje en la película al destacar el pensamiento como ese supremo valor de diálogo con nosotros mismos: Eichmann había dejado de pensar y por tanto de sentir como ser humano. Literalmente: “no era una ideología racional y coherente, sino simplemente la sensación de participar en algo histórico, grandioso, único”. Como dijo en el juicio, él nunca había hecho nada por iniciativa propia, jamás había tenido intenciones buena o malas, solo se limitó a cumplir órdenes

Para Arendt, el caso de Eichmann demuestra que el mayor mal del mundo lo puede cometer cualquiera, no es necesario ser cruel o tener intenciones malévolas. Basta simplemente con renunciar a la capacidad de pensar, de discernir, en suma, negarse a ser persona. Fue esta incapacidad de pensar lo que permitió que personas aparentemente normales cometieran actos de barbarie a una escala enorme, actos que jamás se habían visto.

Más controversia aún si cabe la provocó su análisis de que la colaboración de los dirigentes de las comunidades judías con los nazis, para salvar egoístamente su vida o ingenuamente para evitar un mayor número de deportaciones y muertes, facilitaron la labor de exterminio, es decir, que las víctimas fueron también sujetos activos de su propio sacrificio. Aunque ella misma era judía y estuvo internada en un campo en Francia del que escapó in extremis no se libró de unos ataques terribles y de un profundo desgarro personal a causa del rechazo de algunos de sus amigos más queridos y entre algunos medios académicos estadounidenses. Al final, una de las pensadoras más brillantes del siglo XX cuando reflexiona precisamente sobre el totalitarismo, encuentra en un sistema democrático una crítica feroz a un pensamiento libre. Como dijo en su alegato en la Universidad para defenderse de los ataques: la esencia del pensamiento que me interesa no es la del conocimiento sino la que permite distinguir entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo. Lo que yo busco es que el pensar dé fuerza a las personas para que puedan evitar los desastres en aquellos momentos en que todo parece perdido.