Erdogan tira de mano dura para silenciar la corrupción
El Gobierno turco reprime en Estambul a los manifestantes que exigen su caída mientras el primer ministro amenaza al poder judicial
Actualizado:El corazón de Estambul revivió ayer las imágenes de junio, después de que la Policía recibiera la orden de cargar con gases lacrimógenos, cañones de agua y pelotas de goma para evitar que cientos de manifestantes, al grito de «Todos son ladrones», llegaran a la emblemática plaza Taksim. Hace seis meses la protesta estalló por los planes del Ayuntamiento de acabar con el único parque del centro de la ciudad. Ahora los manifestantes piden directamente la dimisión de un Gobierno acorralado por los escándalos de corrupción. Veinticuatro horas después de remodelar su Ejecutivo con nuevas caras de dirigentes muy afines al frente de diez de las veinticinco carteras de su Gabinete, Recep Tayyip Erdogan insistió en que es «víctima de un complot internacional para impedir la llegada de la nueva Turquía» y declaró la guerra al Consejo del Poder Judicial, cuya labor calificó de «vergonzosa» por las investigaciones en curso que afectan a altos cargos del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) y destacadas figuras de la sociedad turca próximas a la formación islamista.
La prensa progubernamental llegó a sugerir que esta investigación judicial podría desencadenar un golpe militar, ante lo que el Ejército emitió un comunicado para acallar los rumores y asegurar que «las fuerzas armadas turcas no quieren verse implicadas en los debates políticos, pero seguirán de cerca la evolución de los asuntos que atañen a los derechos personales de nuestras fuerzas relacionados con el Estado de Derecho y la justicia básica».
A comienzos de verano, Erdogan aplicó la mano dura para acabar con la crisis del parque Gezi y ordenó cargar a las fuerzas del orden para desalojar la acampada que ocupaba el corazón de Estambul. Su cara más autoritaria, sin embargo, tiene ahora problemas para resolver la crisis de credibilidad abierta el pasado día 17 con la detención de un grupo de 24 personas en el marco de una amplia investigación anticorrupción. Entre los arrestados figuran los hijos de tres ministros, que dimitieron, y el director del banco estatal Halkbank, al que la Policía encontró tres millones de euros escondidos en su cajas de zapatos en su domicilio. La fama de gente honrada y alejada de la corrupción que han tratado de labrarse los islamistas en la última década se ha visto ahora claramente amenazada a falta de tres meses para las elecciones municipales, que se convierten así en un test para conocer el alcance real de esta crisis.
En la prensa turca, y desde el entorno político más próximo al primer ministro, se especula incluso con la posibilidad de un adelanto al año que viene de los comicios generales previstos para 2015. A esta cita ya no podrá concurrir Erdogan después de sus tres victorias consecutivas, la última con más de dos tercios de los asientos del Parlamento. Entre los planes del jefe del Ejecutivo figuraría convertirse en el futuro en presidente del país.
Guerra en varios frentes
El primer ministro ha reaccionado contra lo que denomina «complot internacional» con la destitución o el traslado de unos 70 oficiales de la Policía, incluido el responsable de esta fuerza en Estambul. Y no ha dudado en arremeter contra la Justicia, que calificó de «inconstitucional» la iniciativa del Gobierno de cambiar los procedimientos para que los fiscales y los jefes de Policía deban solicitar consentimiento de sus superiores antes de actuar. Los jueces «han cometido un delito. ¿Quién los juzgará? Yo lo haría ahora mismo si tuviera autoridad», amenazó anoche Erdogan. El jefe del Ejecutivo dirige a la vez una purga dentro de las filas del AKP que, además de la remodelación del Gabinete, ha costado el escaño a tres parlamentarios críticos. «No es posible hacer oír nada en el partido en el poder», confesó Ertugrul Günay, exministro de Cultura y uno de los diputados salientes, que acusó a la formación de «arrogancia» y de poner trabas a las acciones de la Justicia.
La última gran guerra abierta por Erdogan es la religiosa. Tras años de alianza silenciosa con Fetulá Gulen, el primer ministro ve ahora la mano de este clérigo autoexiliado en Estados Unidos desde 1999 y líder de un movimiento islamista de raíz sufí que dirige escuelas en todo el país, detrás de todos sus problemas. Los seguidores de Gulen ocupan cargos clave en la Policía, el sistema judicial y los servicios secretos, desde donde estarían tratando de llevar adelante una labor de erosión del AKP para arrebatar el control de Turquía de manos de los Hermanos Musulmanes.