Pedir
Actualizado:Por las calles estos días se oía «Diez céntimos para las familias; hágase socio; un euro, por favor; estoy sin trabajo; necesito comer». O se veían manos tendidas y calladas. Una mano, la herramienta más poderosa, que cuando está vacía y desocupada, se acaba confundiendo con las paredes.
Hace 150 años, Galdós retrató como nadie a los mendigos a las puertas de las iglesias de Madrid. Y todos seguimos siendo, como ellos, pedigüeños y hemos pedido dinero para el aguinaldo, papeletas, proyectos, subvenciones, becas, devoluciones del IRPF. Hemos pedido favores, y las cosas cambiaron porque alguien quiso o pudo; había dos caminos. Y siempre pedimos que nos quieran, que nos traten con justicia, que se acuerden de nosotros, que no nos dejen fuera.
Las empresas de márketing no han llegado a ofrecer sus servicios al segmento de los que piden. Tampoco los psicólogos, tan necesarios, que también tienen que cobrar por su trabajo para no terminar pidiendo, son accesibles a una buena parte que tiene que echar mil cuentas para llegar a un fin de mes. Unas cuentas que al menos tienen la virtud de conseguir ralentizar el paso del tiempo.
Al final, sólo se acuerdan de nosotros los anunciantes y todos los que nos piden, previa llamada telefónica a puerta fría, que nos vayamos a su compañía de comunicaciones. Y no sólo piden que nos cambiemos, porque en su forma de pedir también está su llamada a la conciencia: 'ayúdenme' a conservar este 'trabajo'; por el amor de Dios, 'yo también tengo que leer la carta a los reyes magos'.
A partir de lo visto por las calles, quería pedir dos deseos, porque sé que no da para todos: quiero que las dependientas de las tiendas no pasen, como la niña cerillera de Andersen, la navidad arrecías. También quiero pedir que alguien le dé la oportunidad que ha perdido a este señor, este chico como cualquiera de nosotros que todas las tardes veo pedir en el arranque de la calle Nueva, muy cerca del Ayuntamiento, callado, sin molestar a nadie. Y que, con él, en esta ciudad y en toda España nadie tenga que salir a la calle cada día a esperar que desde el cielo se fije en él la providencia. Y que no haya que aguardar veinte años a que suceda.