El papá que maneja la plata
Después de pagar 5 millones por un delito fiscal, Jorge Messi, que se ocupa de la fortuna de su hijo, vuelve a verse inmerso en un asunto oscuro: una investigación sobre el lavado de dinero negro del narcotráfico
Actualizado: GuardarCuando Jorge Messi iba los domingos a casa de su suegra, Celia, la mujer que cada domingo regaba sus raíces italianas cocinando pasta, tenía que estar con un ojo en la calle. Allí siempre andaban embarullados con un balón el diminuto Leo junto a su hermano Matías y un par de primos. Los partidos solían decantarse del lado del pequeño, ya un mago con los pies. Su hermano no era tan hábil, pero tenía un florete en la lengua y conseguía, ganara o perdiera, sacarlo de quicio. En cuanto comenzaba la gresca, el padre tenía que salir a poner paz.
Matías no solo era el hermano que le buscaba las cosquillas a Leo, también era (y es) el único de la familia que no es de la Lepra, fanático de Newell’s Old Boys, el equipo que enloquecía a Jorge Messi y que se esforzó por contagiar a sus familiares. Porque el patriarca era un enamorado del fútbol de toda la vida y el nacimiento de Leo (el 24 de junio de 1987), el tercero de sus cuatro hijos, casi coincidió con el triunfo de su equipo en el campeonato argentino.
Dos décadas después Jorge es un hombre diferente, pero menos cambiado que su hijo, elevado ya al Olimpo del deporte y considerado por algunos como el mejor futbolista de la historia. Leo Messi no es solo una estrella de las canchas, también es un potentado que cada año mete en el banco más de 30 millones de euros (la mitad por su nómina en el Barcelona y la otra mitad por la vía del patrocinio) y el encargado de gestionar tamaño patrimonio es su progenitor.
Hacienda confirmó que el futbolista argentino no participaba en la gestión de sus derechos de imagen.
«El que se ocupa de la plata es mi papá», dejó claro Lionel Messi después de haber abonado cinco millones de euros en concepto de «pago reparador» por el supuesto fraude a Hacienda de casi 4 millones correspondientes a los ejercicios fiscales de 2007, 2008 y 2009. Y así es. De hecho, dos técnicos de la Agencia Tributaria declararon ante el juzgado número 3 de Gavà (Barcelona) que el futbolista argentino no participaba en la gestión de sus derechos de imagen.
El segundo escándalo llegó esta semana después de que ‘El Mundo’ señalara a Jorge Messi como sospechoso de blanquear dinero de la droga mediante los partidos benéficos que disputaron Leo y otros jugadores en Sudamérica. Aunque la Guardia Civil y el Ministerio del Interior informaron de que en la operación ‘Firmamento’, que es la que investigaba la trama de blanqueo de capital en colaboración con la policía colombiana, en ningún caso estaba vinculado el nombre de Messi.
Sea como sea, el padre siempre ha sido un paraguas para el hijo. Así es ahora y así fue antes, cuando Leo era un retaco de 1,40 por unos problemas con las hormonas de crecimiento. La familia vivía con lo justo en la calle Lavalleja, en el humilde barrio de La Bajada, al sudeste de la ciudad de Rosario, y no sobraban los pesos. Jorge trabajaba en Acindar, una fábrica de acero donde supervisaba la producción de alambre de espino, y su mujer, Celia María Cuccittini, completaba los ingresos limpiando casas.
Con ese capital y cuatro hijos, Jorge no podía costear el carísimo tratamiento para Lionel, punto de partida de la idílica historia que acaba con el jugador de 13 años en Barcelona. Aunque hay quien discrepa, como Sebastián Fest, coautor de ‘Misterio Messi’, la biografía no autorizada del hombre que está apropiándose de todos los récords del fútbol. Fest defiende que el padre no se llevó a Leo de Rosario porque Newell’s se negara a pagar las inyecciones (900 dólares mensuales) y recalara en Barcelona después de que el club catalán aceptara costearlas.
‘Informador de partidos’
El periodista argentino esgrime que el Estado sostenía el coste del tratamiento (a través del Programa Médico Obligatorio y la Fundación Acindar), aunque reconoce algunos retrasos en los pagos. «Jorge Messi luchó mucho por su hijo y supo lanzar sutiles amenazas». Como cuando firmaron un contrato con el Barcelona en una servilleta, como un pacto entre caballeros, y dos horas después estaba reclamándole a Juan Lacueva (responsable del fútbol base del Barça) algo más serio. «El padre usó sus armas para llevar a su hijo a un club importante con chance de trascender», cuenta Sebastián Fest en su libro.
La historia de la servilleta es la historia de cómo el Barça logró atar a Leo Messi. Eso se produjo después de que Carles Rexach exclamara a los 30 segundos de verlo jugar: «¡Dios, quién es ese!». Como el club no se terminaba de decidir, y ante las presiones del padre, Charly Rexach redactó un contrato en el restaurante del Club de Tenis Pompeia, en Barcelona. Cuando la servilleta –hoy en el Museu del FC_Barcelona– se transformó en un documento formal incluyó el compromiso del club de pagarle 7 millones de pesetas al padre. Y para justificar el gasto lo convirtieron en ‘informador de partidos’. Después llegó a trabajar en la fábrica de cervezas Damm.
Leo Messi nació en la premonitoria habitación 10 (el número que viste en su camiseta del Barça y de la selección) del hospital Garibaldi hace 26 años. El bebé pesó tres kilos y midió 47 centímetros. El chico abrazó todos los tópicos de los genios precoces y a los 5 años su padre lo llevó a jugar al Abanderado Grandoli, a 15 cuadras de su casa. Jorge Messi se frotaba las manos. «A los 4 años ya notamos que era distinto. Hacía jueguitos y dormía la pelota en la punta del botín, no lo podíamos creer», recordó para la revista ‘El Gráfico’ (la biblia del fútbol en Argentina).
También fue madrugador el carácter del progenitor, quien se llevó al niño del Grandoli el día que le prohibieron el acceso al campo porque no llevaba dinero para la entrada. «Es un hombre desconfiado», asegura Fest, «y de pocas palabras, aunque, claro, más que el hijo». Y un forofo del fútbol que adoraba al Tata Martino (actual entrenador culé) cuando era jugador del Newell’s. No ‘respeta’ ni a su ojito derecho. Cuando Messi se enteró de que su padre le grita, e incluso le insulta, en los momentos más tensos de los partidos, Leo le llamó y, riéndose, le dijo: «¿Así que me insultaste, papá?». Su padre no lo niega, pero matiza: «Ojo, todo es siempre en buena onda».
Jorge Messi es mucho más que el representante de su hijo. Es el único agujero para llegar a entrevistar a un futbolista que detesta sentarse con un periodista. El padre le filtra a la prensa, que le echa los tejos a través de las tres direcciones de correo electrónico que tiene y los dos números de teléfono (uno español y otro argentino) que se conocen. Puede llegar a recibir diez propuestas al día de todo el mundo. Muy pocos son contentados. A los elegidos, les impone unas normas:_tienen que esperar a una semana sin partido y el día señalado acudir al final del entrenamiento para acribillar a preguntas al escueto y plano Leo durante no más de 30 minutos.
Porque Leo no tiene fama ni de hablador ni de sociable. Leonardo Faccio, autor de otro libro sobre el pequeño fenómeno (‘Messi, el chico que siempre llegaba tarde’), insiste en que el rey del fútbol vive la vida a través de una Blackberry. Para negociar y atender a la prensa está su padre, ahora ‘convertido’ en la empresa Leo Messi Management, que gestiona todo lo relacionado con el jugador del Barça y su fundación, dedicada a ayudar a los niños enfermos. Siempre bajo la supervisión de Jorge, un personaje que huye de los medios y que hace años que dejó el barrio de La Bajada.
Los Messi –la madre y la hermana, Marisol, regresaron al poco de llegar a Barcelona porque la niña no entendía nada en las clases en catalán– viven ahora en una quinta a orillas del río Paraná. Es uno de sus pocos lujos. Porque ni siquiera al padre, el que maneja la ‘plata’ del genio, le gusta ostentar.