Militares junto al féretro de Nelson Mandela, instantes antes de ser enterrado ayer en la hacienda de su familia en Qunu. :: REUTERS
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Mandela ya reposa con sus antepasados

El pueblo sudafricano da en Qunu su último adiós al expresidente en un emotivo funeral seguido en todo el país mediante pantallas gigantes

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Nelson Mandela recibió sepultura ayer, al mediodía, cuando el sol austral se hallaba en su máximo esplendor, tal y como dicta la costumbre de su tribu, los thembu. La luz más brillante y la sombra discreta homenajean a los grandes hombres, según esta tradición, que también impone el sacrificio de un buey y la cercanía al féretro de un anciano de la familia para que escuche el espíritu del cuerpo. Los funerales del expresidente sudafricano en la tierra de sus antepasados se celebraron en la casa familiar de Qunu, una aldea situada en la provincia de Cabo Oriental donde trascurrió la infancia, del político, el periodo más feliz según sus propias palabras.

La emoción recorrió una ceremonia a la que acudieron unas 4.500 personas, miembros del Congreso Nacional Africano (CNA), compañeros en la lucha que Madiba mantuvo contra el régimen del 'apartheid', autoridades extranjeras como el príncipe Carlos de Inglaterra, y la familia, con Winnie Madikizela-Mandela y Graça Machel, su segunda y tercera esposa, flanqueando a Jacob Zuma, el presidente sudafricano. A diferencia del protocolo rígido y occidental del multitudinario homenaje llevado a cabo en el estadio de Johannesburgo, las referencias al culto indígena, los cantos y bailes indígenas, impregnaron esta última despedida.

Una imagen del finado con noventa y cinco velas, tantas como años había cumplido en el momento de su deceso, presidió el acto, llevado a cabo en el interior de una carpa. La relación de asistentes incluyó personajes de toda condición, nacionales y foráneos, caso de la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, el empresario Richard Branson y el arzobispo Desmond Tutu, a pesar de que algunas informaciones aseguraban que no asistiría por sus críticas al partido gobernante. El ataúd, cubierto por la bandera nacional, permaneció debajo de una tarima donde los oradores presentaron sus respetos y recordaron memorables circunstancias compartidas junto al padre de la patria.

«Adiós, mi querido hermano, mi mentor, mi líder», exclamó Ahmed Kathrada, íntimo amigo y compañero de penurias en el penal de Robben Island. El antiguo combatiente se refirió a una relación labrada a lo largo de 67 años y el reencuentro del dirigente fallecido con el equipo A, formado por aquellos que protagonizaron el enfrentamiento contra el régimen segregacionista, caso de Walter Sisulu, Oliver Tambo o Joe Slovo, también desaparecidos.

Emotivos recuerdos

La voz severa y su perenne sonrisa de Mandela fueron recordadas por sus nietos Ndaba y Mandi, mientras que el expresidente zambio Kenneth Kaunda aportó uno de los momentos menos protocolarios al abrogarse cierto protagonismo en la liberación de Mandela y los demás presos del CNA. El veterano dirigente reveló intentos de liberarlo conversando con los jefes del Ejecutivo boer, término que incumple lo políticamente correcto en Sudáfrica, y su fecundo diálogo con el último, Frederik de Klerk.

Los 40.000 habitantes de Qunu no fueron invitados al evento y tuvieron que seguir los actos desde las once pantallas distribuidas por esta población rural, ubicada en torno a una sucesión de suaves colinas. Los vecinos sacrificaron el sábado cabras como un rito previo al funeral, los mismos ganados que el pequeño Rolihlahla comenzó a pastorear cuando tenía cinco años.

La pasión de Mandela por la sabana sudafricana se nutrió de esos años en esa aldea, cercana a Mvezo, su pueblo natal. En sus manuscritos, el político recuerda esos años en los que acudía a la escuela de una sola clase donde un profesor le adjudicó el nombre de Nelson, o como siempre comía en compañía de los numerosos niños que tenía a su cuidado el padre, miembro de la nobleza nativa, las leyendas que le contaba su madre después de cenar y los consejos de su primo Alexander, que lo animaba a formarse. Cuando recobró la libertad, volvió a instalarse en Qunu y, durante esa breve estancia en la remodelada casa familiar, recibía a los caudillos tradicionales que acudían a él para pedirle consejo.

El entierro de Mandela cerró ayer un programa de actos funerarios que ha conmocionado a Sudáfrica durante los últimos diez días. Al final de los oficios, tres helicópteros sobrevolaron el lugar portando enseñas patrias. La alocución del jefe Ngangomhlaba Matanzima, portavoz de la familia, condensó la naturaleza del acto, una mixtura entre su perfil como político de talla internacional y la condición de miembro de la comunidad tribal: «Un gran árbol se ha caído, ahora se va a casa a descansar con sus antepasados. Les damos las gracias por prestarnos un icono».