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Cristiano Ronaldo, durante el encuentro frente al Copenhague. / Archivo
FÚTBOL | liga de campeones

Cristiano, el rey vikingo

El portugués se convirtió en el máximo goleador de una fase de grupos de la Liga de Campeones y anotó el tanto 800 del Madrid en la máxima competición continental

LUISMI CÁMARA
MADRID Actualizado:

Cristiano Ronaldo es incorregible. No entiende de partidos de medio pelo, sin objetivos ni motivaciones. El gol es siempre su acicate, lo que le empuja a no cejar en su empeño de ir hacia adelante tirando de perseverancia, tenacidad y talento. Y en su tesón arrastra a sus compañeros en la búsqueda constante de la portería rival. Siempre ayuda contar a su lado con jugadores con un aguzado instinto asesino, como la bala Bale o el inspirado Benzema.

Pero el luso es el que más hambre tiene. El haberse perdido tres partidos y estar alejado de los terrenos de juego 17 días por la lesión que sufrió en el muslo izquierdo el 23 de noviembre ante el Almería no ha hecho más que alimentar su necesidad de perforar la meta rival. Si encima tiene el reto de lograr el mejor registro de goles en una primera fase de la Liga de Campeones se convierte en una bestia insaciable. Y así se mostró en Copenhague.

Llevaba ocho goles en los cuatro partidos que había disputado hasta ahora, récord de la competición, igualado con Zlatan Ibrahimovic (en este mismo año), Ruud van Nistelrooy (en 2005), Filippo Inzaghi y Hernán Jorge Crespo (en 2003). Le costó 48 minutos superarlos. 48 minutos en los que insistió ante un acertado Wiland. De falta, en tiros desde fuera del área, en un cara a cara con el portero local. Al final tuvo que ser un centro de Marcelo que Pepe prolongó hacia Cristiano para que su amigo rematara a bocajarro. Fue el noveno del año en la máxima competición continental para el portugués y el 800 del Real Madrid en la Copa de Europa. Aún tuvo ocasiones para aumentar su cuenta el astro de Madeira, incluso con un penalti marrado, pero no fue su noche más atinada.

Antes del histórico tanto, los merengues habían dominado con claridad y los aficionados que acudieron al Parken Stadion ya habían disfrutado del golazo de Modric, la joya del partido.

El Copenhague había saltado al campo sabedor de que sus posibilidades de obtener un resultado positivo (se jugaba el clasificarse para la Liga Europa) pasaban por amedrentar al Real Madrid en los primeros minutos. No lo consiguió porque los blancos salieron con esa calma que da saberse superiores y con los deberes muy bien hechos. Movieron el balón con tranquilidad ante los arreones daneses y presionaban con criterio. En este escenario, los de Ancelotti eran evidentemente muy superiores y era cuestión de tiempo que fueran cayendo las ocasiones de los visitantes. Benzema fue el primero en asustar a Wiland, Cristiano Ronaldo tomó el relevo con una falta lejana y Modric atinó con su soberbio tanto. El croata se plantó con el balón al borde del área recortó con la pierna izquierda y se preparó para lanzar un precioso disparo con la derecha que se coló por la escuadra del Copenhague.

El dominio se convirtió en absoluto ya hasta el final, con algún que otro intento de los de Stale Solbakken y con un único susto poco antes del descanso en un córner muy cerrado. Cuando Casillas -que encadenaba dos partidos consecutivos como titular por vez primera este año tras el inusual fin de semana sin Liga pero con Copa- se disponía a atajar la pelota, Delaney entró con fuerza, arrolló a Iker y golpeó el balón con el brazo antes de que acabara dentro de la portería. Mientras el danés lo celebraba, Felix Brych señalaba la falta al cancerbero. El centrocampista protestó más por necesidad que por convicción.

Pero éste no es el equipo inseguro e irregular del principio de temporada. No se asusta, y menos ante un equipo tan inferior. Carlo Ancelotti ya puede afirmar que ha encontrado la estabilidad y sus pupilos ya han comenzado a carburar y a aplicar sobre el campo sus ideas tácticas básicas. El Real Madrid parece haber cogido la velocidad de crucero, eso sí, con algún que otro ataque momentáneo de indolencia, como en la eliminatoria copera.

Pese a que el indigno estado del terreno de juego del Parken Stadion -blando, enfangado y terriblemente pesado- y el estilo intenso, aguerrido y físico del rival no animaban precisamente a imponer un fútbol vistoso de pases de salón y predisponían a optar por un juego efectivo y directo, de poca creación y con el balón rodando lo justo por el dañado césped, los blancos se empeñaron en controlar y tocar. Ancelotti ya había advertido de que iba a salir con el mejor equipo posible. Y el italiano cumplió, presentando su equipo más ofensivo, pese a no jugarse nada, salvo el orgullo y el millón de euros con el que la UEFA premia cada victoria. Decidió optar dar continuidad a un Isco que está volviendo a brillar y dejar en el banquillo de inicio al enfadado Di María.

Si el argentino ya estaba molesto por la negativa del club a dejarle irse al Mónaco en el mercado invernal, el banquillo en este encuentro no le habrá llenado precisamente de felicidad. El 'Fideo' es uno de los hombres más empleados por Carletto en este primer tercio de la temporada pero considera que sus méritos no son correspondidos con los minutos que merece por la influencia de factores no deportivos y se siente en inferioridad frente a otros compañeros. Di María jugó el último cuarto del choque e intentó un remate de fábula en busca del tercer tanto de la cuenta madridista. Era ya un tiempo inservible en un partido decidido en el que sólo había tiempo para acumular ocasiones y en el que la historia ya estaba contada por Cristiano Ronaldo.