Tribuna

Lágrimas negras

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Se veía venir. Cómo celebrar un Black Friday en una ciudad en la que no son negros sólo los viernes, sino los lunes y los martes y los demás días de la semana. Se veía venir. La campaña exportada por las grandes cadenas comerciales pretendía imitar los gustos y modos americanos, sin tener en cuenta que, a diferencia de los americanos que el viernes pasado estaban ya hartos de pavo y puré de arándanos, aquí, a final de mes, estamos más para números rojos que para otra cosa.

Se intentó. El Corte Inglés lo intentó. Las franquicias de la calle Columela -¿se han dado cuenta de que, a pesar de la crisis, en Columela se siguen abriendo franquicias?- lo intentaron. El pequeño comercio hecho un mar de lágrimas, ni hizo el intento, pero daba igual. Porque la campaña de Navidad se presenta negra, negra como aquella pena negra de Soledad Montoya que no se aliviaba ni corriendo como una loca. El comercio gaditano -no, no diré lo de se está perdiendo porque lleva mucho tiempo ya perdido- se ve sólo ante el peligro de unas navidades que asustan más que el fantasma de la Navidad pasada, aquella en la que no tuvimos paga, ¿se acuerda? Porque un año ha sido más que suficiente para cambiar los hábitos de consumo de esta ciudad.

Usted lo sabe, de comprar sin mirar los precios pasamos a estudiar detenidamente las ofertas y de ahí a considerar las marcas blancas auténticas delicatesen. De renovar cada año el armario, a rescatar prendas olvidadas -vintage, nos consolamos- y de ahí a vestirnos en los chinos de San Francisco. De esperar impacientes la salida del último móvil a conformarnos con nuestro viejo teléfono -es que me ha salido muy bueno, nos excusamos. Dicen las estadísticas que este año cada español gastará doscientos treinta y seis euros en compras navideñas, un tímido 2% más que el año pasado. Con estos mimbres no es de extrañar que la cesta de Navidad se quede vacía una vez más.

Hace menos de un mes, las asociaciones -tampoco entiendo que haya varias asociaciones, para cuatro tiendas mal contadas que quedan en Cádiz- de comerciantes gaditanos volvían a brindar con el sol, fingiendo un optimismo que no se creían ni ellos. El presidente de una de ellas se mostraba ilusionado con una campaña «que supondría una gran oportunidad» para salvar los negocios. Hablaban entonces de espectáculos, actuaciones de calle, horas de parking gratuito, sorteos -lo de la rifa, que no falte-, la pista de hielo, el día del niño, los domingos abiertos. Lo de siempre. Decían que el espíritu de la lotería de navidad -¿cuál de los cinco del anuncio?- se había instalado en la ciudad y que, por fin «este año toca». Claro que una semana más tarde tuvieron que ir desinflando el globo, al conocer que al concurso público convocado por el Ayuntamiento para la instalación de la pista de hielo en la plaza de la Catedral no se había presentado nadie. Nadie. Y aún más lo desinflaron al ver la oferta del Ayuntamiento en apoyo a la campaña navideña, que me ahorraré describir aquí, porque es la misma de siempre. Todo gratis.

Turismo, espectáculo y comercio son los tres pilares sobre los que se construye una campaña comercial que nace con vocación de muerte prematura. ¿A quién le puede resultar atractivo que por cada cuarenta euros que gaste le regalen dos tickets para el autobús turístico? ¿Qué interés tiene una réplica del sarcófago fenicio en Entrecatedrales, que es el sitio más desangelado de todo Cádiz? ¿De verdad piensan que el Mercado Central -la Plaza, para entendernos- es un activo del comercio en la ciudad?

Es nuestra quinta Navidad en crisis, y aunque dicen que no hay quinto malo, usted y yo sabemos que será una Navidad cortita. Porque el que no tiene no puede gastar, y el que puede gastar no quiere. Son las paradojas de vivir siempre al filo mismo de la duda. Que Papá Noel va a tener que hacer muchas más acrobacias de las que hizo el pasado jueves en la inauguración de la Casa Arámburu y que los Reyes no están en sus mejores momentos.

Aquí el comercio no lo levanta ni dios, porque no es cuestión de campañas, ni de programas coordinados. Es una cuestión mucho más básica, más de andar por casa. Dése una vuelta una mañana por el centro, a eso de las diez de la mañana, y anote cuántas tiendas encuentra abiertas, de estas, anote cuántas están dispuestas a atender su demanda si tiene usted la osadía de pedir algo que el dependiente no tiene a la vista o la mano. Si encuentra alguna dispuesta, pregunte cuánto tardarían en traérselo y si habría posibilidad de devolverlo si al final, no queda satisfecho. Luego, váyase a un centro comercial y haga sus compras con normalidad. Es triste, pero como decía Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

Por eso es por lo que entretengo estos días de puente encubierto en sacar las figuras del belén, en adornar mi casa con espumillón barato, en colocar tiras de luces chinas en el árbol, en entretener la vida con estos días azules y este sol de la infancia que tan poquísimo dura, actividades que también son gratuitas pero que me resultan muchísimo más estimulantes que la propuesta oficial.

Haga usted lo que quiera. Puede incluso llevar a sus hijos al casting de 'Sonrisas y Lágrimas', que también es gratis. Sonrisas nos quedan pocas, pero lágrimas.