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Rancia beneficiencia

JOSÉ MANUEL HESLE
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La derecha está aprovechando la crisis económica para hacer un reajuste ideológico del modelo de organización social. El Estado necesita dinero y lo está detrayendo de dónde le resulta más cómodo y fácil; de las clases medias y de los subsidiados; lo que ha conllevado la progresiva desaparición del sector que ha sustentado a la sociedad durante las últimas décadas y la fulminación del Estado del Bienestar. Así de rotundo se expresaba el periodista Ignacio Camacho durante la conferencia que, dentro del ciclo Cádiz: Punto de Encuentro, ofreciera el pasado mes. Señaló, además, que a las graves averías que la situación está produciendo en el terreno económico, han de sumársele también los innegables efectos en el ámbito emocional, refiriéndose a la desconfianza ciudadana hacia las instituciones, incluida la Jefatura del Estado, y el virulento rechazo hacia quiénes están al frente de las mismas.

En nuestra ciudad son claramente perceptibles las consecuencias de la actual coyuntura. Una ciudad cada vez más empobrecida y soportada, en considerable medida, por jubilados y pensionistas; a quiénes se les encomienda ahora continuar manteniendo a los hijos víctimas del paro y a su prole. Una ciudad donde crece a diario el número de familias que se agolpan a las puertas de Cáritas, Cruz Roja o el Banco de Alimentos. Dónde quiénes tienen la dicha de mantener el empleo, como los trabajadores públicos, subsisten agobiados por el incremento de los impuestos y la bajada de sus nóminas, lo que incide de lleno en el maltrecho comercio local. Otros, como los trabajadores de Navantia, reclaman a la desesperada lo que cada vez ven más lejos.

Tal vez desnortados por semejante panorama estamos poniendo al uso comportamientos que nos hacen descender al pleistoceno de la era predemocrática y eludir abiertamente los avances alcanzados en materia de derechos sociales e igualdad. No hay parroquia, cofradía, peña, AVV o partido político incluso que no se apunte hoy al reparto de alimentos y de otros bienes de primera necesidad, entre los menesterosos. No afeo la inquietud humana, aunque me preocupa la posible utilización del dolor y la precariedad ajenas. Coincidimos en que se trata de aliviar la extrema situación por la que atraviesan muchos, pero me planteo si no sería más respetuoso fomentar fórmulas ciudadanas, que las hay, de cooperación discreta e invisible hacia quienes lo pasan mal y están más cerca; en la comunidad de vecinos y en la propia familia.

Aún en tiempo de Navidad, no estamos para espectáculos retrógrados de rancia beneficencia. Está en juego lo poco que, en la esfera individual, aún nos queda, la dignidad.