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El Cádiz y el desequilibrio

El equipo amarillo, la primera entidad deportiva de la ciudad, vuelve a cambiar de manos y van demasiados saltos en poco tiempo para desazón de sus aficionados

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Los aficionados al fútbol llevan mal tanta maraña administrativa. Que si consejos, ley concursal, paquete accionarial y notaría. Para la mayoría, ese juego es el gran entretenimiento, la mayor pasión. Para ellos, casan poco juego y normas legales. En todo caso, los más prefieren que la burocracia y las cuentas sean correctas, suficientes para permitir que el deporte -o lo que sea cuando se mezcla con empresa y espectáculo- se desarrolle con normalidad. En suma, quieren que los despachos se abstengan de ser obstáculos en el campo. Esas sensaciones de extrañeza se multiplican en el caso del Cádiz Club de Fútbol, primera institución deportiva de una ciudad sin apenas representación en otros deportes de equipo y una de las escasas opciones de ocio permanentes en la capital gaditana. El Cádiz es un icono, una institución, por más que moleste, sea por falta de alternativas o por glorias pasadas. Y sus miles de aficionados reclaman estabilidad. En los últimos años, ha cambiado de manos sin alcanzar, desde 2005, ningún éxito deportivo reseñable. Con estos enredos y líos (lo de Baldasano fue la cumbre) sólo conviven decepciones que llegan más o menos cerca del objetivo de volver a la Segunda A.

Justo ayer se vivió otro episodio de lío administrativo. El presunto incumplimiento económico de los actuales gestores provocaba que las acciones, sometidas a tutela judicial, cambien de manos y vayan a parar a Quique Pina, que ya controló el Cádiz, antes de que llegaran los que parecen irse. Ininteligible para los que sólo aspiran a que el equipo de su ciudad juegue, enseñe a jugar a los niños y ofrezca una excusa para interesarse cada fin de semana.

Parece demasiado sencillo pero las cosas sencillas suelen ser difíciles de conseguir. Se llama normalidad.