El secuestro que nunca fue
Las tres 'esclavas' descubiertas en Reino Unido vivían en una comuna maoísta y se ganaban la vida con el reparto de propaganda
LONDRES. Actualizado: GuardarSi el origen del esclavismo se remonta a la extensión de la agricultura en el Neolítico, el del 'esclavismo moderno' en Reino Unido tendría su origen, el 1 de agosto de 1974, en la decisión del Comité Central del Partido Comunista de Inglaterra (Marxista-Leninista) de expulsar a uno de sus dirigentes, Aravindan Balakhrishnan, Bala, por no aceptar la línea correcta y llamar socialfascista al secretario general, el canadiense Hardial Bains.
La ministra de Interior, Theresa May, ofreció el ejemplo de la liberación de tres mujeres que habían vivido en Brixton en 'un régimen de servidumbre' hacia Bala como aval de su proyecto de ley contra la Moderna Esclavitud, que permitiría a la Policía proteger mejor a víctimas «ocultas a plena luz del día». Diez días después, la reconstrucción de la historia de la comuna maoísta quizá ha debilitado la causa que la ministra define como su prioridad personal.
La guerra de Vietnam, la rebelión estudiantil de 1968 y la crisis de los precios del petróleo en el principio de la década de los setenta causaron grietas en la sociedad británica, donde, como en otros países ricos, surgieron grupos de izquierda radical entre los que la línea maoísta era minoritaria. Si el que expulsó a Bala era pequeño, el que formó bajo su liderazgo, el Instituto de los Trabajadores Pensamiento Marxista Leninista Mao Zedong, era minúsculo.En su mejor momento, en 1974, tenía 13 miembros.
En 1997 Sian Davies, una mujer galesa de 44 años que tras graduarse como abogada se unió al grupo de Bala, había fallecido tras caer en Nochebuena por una ventana de la vivienda de la comuna, romperse la nuca y ser deficientemente atendida durante nueve meses. Una televisión capta al grupo, que tuvo que acudir a la encuesta judicial sobre la muerte.
Balakhrishnan, el estudiante indio de Singapur que había llegado a Reino Unido en los años sesenta y fue detenido y encarcelado varias veces por resistir su arresto con uso de la fuerza, camina solo, distanciado de las mujeres que lo acompañan. Es un hombre menudo, vestido y acicalado con cierto gusto, que observa con indiferencia a las cámaras. Una prima de Sian dirá de él que era una mala hierba, un viejo al que le faltaban algunos dientes.
Amor y misterios
Una mujer que tenía entonces 41 años dice al periodista que le pregunta por qué no se atendió a Sian que él «trabaja para el Estado fascista». Es Josephine Herivel, hija de un matemático que trabajó en la descodificación de mensajes cifrados de la Alemania de Hitler y que ha ingresado en un colegio de Oxford, All Souls, tras enseñar en Cambridge y en Belfast, donde se crió su hija, con la que la familia no tiene contacto desde su marcha a Londres como estudiante.
Cuando Josephine entra en la casa de la comuna, otra mujer, que tenía entonces 53 años, exige con sus manos a los periodistas que se vayan. Es Aisah Wahab, la niña bonita de una familia malasia que se fue a Londres a estudiar. Pero, cuando llegó a la capital británica, entró en el Foro de Estudiantes de Malasia y Singapur y luego en la comuna de Bala. Hay una tercera mujer, Chanda, de Tanzania, esposa del líder. Tiene 53 años y parece más inmune que las otras al acoso.
La tercera estampa de esta historia es una carta entre un aluvión de noticias de papel. Su autora es Rosie, que podría haber vivido toda su vida enclaustrada, según las primeras informaciones del caso. Tiene 30 años y es probablemente hija de la fallecida Sian.
Josephine Herivel llamó en octubre por teléfono a una ONG, Freedom Charity, para pedir ayuda y hace diez días la asociación y la Policía anunciaron la liberación de las tres. Desde entonces se ha sabido que Rosie tiene un problema físico y ha estado en contacto regular con asistentes sociales.
La cuarta escena está por componer. Será el juicio de Bala y Chanda con las pruebas que la Policía encuentre sobre su sometimiento de estas tres mujeres, que en 1997 discutían en la calle con periodistas e iban ahora regularmente a comprar vituallas en un supermercado capitalista.