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Un antiguo miliciano de la Séléka, la coalición que ahora controla el poder en la República Centroafricana, en Bossangoa. :: REUTERS
MUNDO

La víspera del genocidio

GERARDO ELORRIAGA
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La chispa puede saltar en Bossangoa. La obstinación de un puñado de guerrilleros por entrar en el recinto de la misión católica, la escuela o el hospital de esta localidad sería perfectamente capaz de generar el pánico entre los 36.000 desplazados que se apiñan en estos improvisados y abarrotados centros. Si penetran en las instalaciones buscando rivales, quizás provocarían una masacre y, en consecuencia, darían argumentos para la respuesta brutal, indiscriminada, de aquéllos que ya se encuentran hartos de la violencia de los antiguos milicianos de la Séléka, la coalición rebelde que se hizo, teóricamente, con el control de la República Centroafricana hace ocho meses.

La amenaza de un genocidio, otro más, en el corazón del continente ha sido anunciada por Laurent Fabius, el ministro galo de Asuntos Exteriores, y se ha convertido en el principal argumento para la creación de un nuevo contingente internacional de soldados destinados a aquel país. Francia, verdadero árbitro en su excolonia, ya ha anunciado la participación en esta operación bendecida por la ONU y que, según el Elíseo, no pretende ser tan masiva ni tan larga en el tiempo como la llevada a cabo en Malí. El Gobierno de François Hollande ya ha acordado aumentar hasta 1.200 sus efectivos para ayudar a reforzar la seguridad en el país. Su despliegue paliaría la escasa efectividad de la MISCA, la fuerza multinacional de paz impulsada por la Unión Africana.

La tragedia también es posible en Bangui, la capital. Los ánimos están encendidos por la aparición de cadáveres que flotan en el río Oubangui y provocaciones como el asesinato el día 17, a sangre fría y en plena calle, del magistrado Modeste Martineau Bria y su guardaespaldas, acto atribuido a hombres armados de la extinta alianza gubernamental. La manifestación en repulsa de jueces y abogados ejemplifican la situación de barbarie que sufre este país, uno de los más pobres y convulsos del planeta.

Conflicto interreligioso

El drama se nutre asimismo de los deseos de venganza de una población atrapada por el desgobierno del presidente Michel Djotodia y la atmósfera de violencia impuesta por la Séléka. La coalición fue oficialmente disuelta en septiembre y algunos de sus miembros quedaron integrados en el Ejército, pero muchos de ellos, bien pertrechados y carentes de recursos regulares, siguen perpetrando todo tipo de violaciones de los derechos humanos a lo largo del territorio.

De fe musulmana, su acoso a la mayoritaria comunidad cristiana ha alimentado el odio interreligioso y la creación de grupos de autodefensa, los anti-balaka o anti-machete, que buscan venganza en la minoría islámica, hasta ahora beneficiada por la autoridad de los suyos.

La espiral de brutalidad se alimenta de 'razzias' y represalias, con asesinatos selectivos y matanzas indiscriminadas, destrucción de viviendas y tiendas, y posteriores desplazamientos masivos. El ciclo de muerte y devastación se ha incrementado en los últimos tres meses, con decenas de aldeas arrasadas y situando a la República Centroafricana al borde del desastre absoluto. Las entidades dedicadas al socorro difícilmente asisten a una población abocada a la huida y la miseria.

Este periódico ha tenido acceso a una carta redactada conjuntamente por los organismos presentes en el país en la que dan cuenta del rápido deterioro de la seguridad y las condiciones humanitarias, de los robos de automóviles y saqueos que aún sufren y de las protestas callejeras, protagonizadas por jóvenes airados que montan barricadas, y que anticipan un enfrentamiento de grandes proporciones. Los firmantes recomiendan el despliegue de las tropas francesas en la capital para impedir los asaltos y advierten de la necesidad de acciones «para prevenir abusos que pueden conducir a horrendas atrocidades».

Los mercados permanecen abiertos en Bangui, pero los colegios mantienen las puertas cerradas ante el impago de los salarios, los profesores universitarios están en huelga y el aparato judicial también se ha paralizado en protesta por el crimen de Martineau. «El miedo está por todos los lados», indican miembros de la cooperación española, que reconocen vivir en una prisión. «Te la juegas si sales por la noche y todas las ONG y agencias de la ONU hemos decidido cerrar antes para que los empleados puedan llegar a casa mientras hay luz».