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MUNDO

Dallas intenta redimirse 50 años después

La ciudad se sacude los fantasmas del asesinato de Kennedy con una sobria ceremonia con destacadas ausencias

MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL
NUEVA YORK.Actualizado:

Durante medio siglo Dallas ha ignorado oficialmente que el presidente más querido de EE UU fue asesinado en una de sus calles, como si así pudiera librarse del estigma que pesa sobre la ciudad que John F. Kennedy llamó «tierra de pirados», horas antes de que le mataran. Ayer sus autoridades decidieron por primera vez desenterrar el pasado con la esperanza de que la sobria ceremonia de conmemoración sirva para cicatrizar las heridas que nadie puede borrar.

«Parece que todos maduramos bruscamente aquel día», dijo el alcalde Mike Rawling en la plaza Dealey donde el presidente fue asesinado. Cincuenta años atrás, otro alcalde de la ciudad había dado un mensaje muy distinto a los habitantes de la tumultuosa ciudad que había ganado atención nacional por el alto número de lunáticos y extremistas que la habitaban. «Tenemos la oportunidad de redimirnos cuando el presidente nos haga una visita», exhortó entonces Earle Cabell, con la esperanza de que sus ciudadanos se comportaran apropiadamente. La experiencia del vicepresidente Lyndon Johnson y su esposa, a los que una multitud de señores trajeados y damas en abrigo de visón trató de linchar, había aireado la mala fama de fanáticos de los excéntricos petroleros.

El anuncio a toda página del Dallas Morning News con el que desayunó Kennedy en su último día prácticamente le acusaba de ser un traidor a la patria. Cuando se le preguntó a su editor por qué había permitido la publicación de semejante anuncio, Ted Dealey replicó que «representa con precisión la opinión editorial del Dallas Morning News». Poco después Kennedy sería asesinado en la plaza Dealey, bautizada así en honor de George Dealey, que fundó el periódico en 1885. «¿Qué nombre le darías tú a ese tipo de periodismo que hace el Dallas Morning News?», preguntó indignado el presidente a sus asesores, durante los 13 minutos que duró su vuelo de Fort Worth a Dallas. «¿Sabes quién es el responsable de ese anuncio? Dealey», espetó.

Paradójicamente ese rotativo es el que ha liderado el ejercicio de psicoanálisis que ha hecho la ciudad de cara a este 50 aniversario. Durante un año el extenso despliegue ha incluido numerosos simposios en los que reporteros y testigos de la época han analizado con historiadores y expertos de todo tipo la mejor manera de sanar ese trauma colectivo que marcó una generación.

Un minuto de silencio

Ted Kennedy juró no volver a poner un pie en Dallas y guardó esa promesa hasta su muerte. Ningún miembro de la familia Kennedy respondió ayer a las múltiples llamadas de los organizadores, que les invitaron al multitudinario acto en el que se rindió tributo al presidente fallecido. De hecho, ninguna autoridad nacional quiso estar en el acto, que resultaba macabro a ojos de muchos. Los Obama y los Clinton aprovecharon el miércoles su cita en la entrega de las Medallas de la Libertad, que instituyó Kennedy, para acudir juntos al cementerio de Arlington, donde arde la llama eterna sobre la tumba del presidente, su esposa y dos de sus hijos. La única hermana que le sobrevive, Jean Kennedy, acudió ayer con sus descendientes acompañada de gaiteros. Y su única hija viva eligió apropiadamente estas fechas para presentar sus credenciales como nueva embajadora en Japón.

En Dallas, la multitud se congregó por segunda vez en medio siglo para rendir tributo a Kennedy, pero esta vez frente a un gran cartel con su rostro colgado en la plaza Dealey. A diferencia de aquel 22 de noviembre de 1963, no brillaba el sol, sino una llovizna inclemente con niebla y nubes bajas que impidieron los vuelos rasantes que habían preparado las autoridades.

Un minuto de silencio a las 12.30, la hora en la que tres balas «rompieron el corazón» al país, recordó el alcalde en su intervención. El historiador David McCulough recordó su «idealismo sin ilusiones» y leyó algunos párrafos del discurso que nunca llegó a pronunciar. A la una de la tarde todo había acabado, en la vida de Kennedy y en Dallas. Unas 5.000 personas habían recibido entradas para asistir a la ceremonia en la plaza totalmente acordonada y, aunque se instalaron pantallas en áreas cercanas, la lluvia se encargó de espantar a los curiosos.

La cruz blanca en el asfalto que marcaba el lugar exacto del asesinato había desaparecido y el museo de la Sexta Planta desde la que Lee Harvey Oswald le disparó esperó a que se disipasen los invitados con bolsas de plástico en la cabeza para protegerse de la lluvia, por si alguien tenía la mala idea de recrear la historia. Los conspiracionistas que cada año reclaman atención en la zona tuvieron que perseguir a los turistas en el centro de la ciudad. Hoy Kennedy vuelve a descansar, mientras que Dallas vive cada día con su conciencia.