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Aire fresco

ANTONIO ARES CAMERINO
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El interior de una cueva es oscuro y húmedo. El aire está impregnado de partículas que fluyen en redundancia. Los sótanos le van a la saga. Además de yacer en el subsuelo su frialdad los convierte en lugares lóbregos y tenebrosos. Ambos espacios tienen olor pesado, denso y nocivo, su pestilencia es inconfundible. Basta con una pequeña corriente de aire fresco. Sólo es necesaria una simple grieta, una rendija que permita ese fluir etéreo para que todo cambie, y el ambiente se transforme. Desaparecerán las telarañas y lo oscuro se transfigurará. La densidad flotará más allá de la pesadumbre de las tinieblas.

Todo lo fresco y nuevo suele venir de fuera. Lo de dentro casi siempre es inmovilista, taciturno e indeciso.

Recientemente, el grupo de trabajo de la Organización de las Naciones Unidas encargado de investigar las desapariciones forzadas o involuntarias pide encarecidamente a España que investigue los crímenes del franquismo. Después de casi cuarenta años, sólo se han dado tímidos pasos para paliar el dolor de las víctimas y los familiares de los miles de desaparecidos durante la guerra civil. Desde los organismo internacionales se exige que se ponga en marcha un Plan Nacional de búsqueda de desaparecidos. De esos que yacen en cunetas, fosas comunes y lugares impropios de una digna sepultura. De esos que no tuvieron el calor de una mano en su trance final. Por los que no se derramaron las suficientes lágrimas. A los que el silencio cómplice los ha querido ocultar miserablemente. Otras víctimas tuvieron mejor suerte, descansan con domicilio fijo y el reconocimiento y el recuerdo caluroso de los suyos. Algunos incluso han ascendido, en tiempo récord y en masa, a los altares.

El Estado debe establecer la imprescriptibilidad de estos delitos impunes y deberá desbloquear algunos términos de la Ley de Amnistía que obstaculizan dicha investigación. La historia siempre la escriben los ganadores. A los perdedores sólo les queda el recuerdo agrio de la derrota, esa que es más contagioso que la propia muerte, según cuenta Alberto Méndez en 'Los girasoles ciegos'. La memoria de los derrotados es tan frágil e íntima que su recorrido se pierde de manera oscura y silenciosa. Según el portavoz de la Asociación Progresista de Jueces para la Democracia, España es el segundo país del mundo con más desaparecidos, sólo superado por Camboya, que con su macabra dictadura de los jemeres rojos aniquiló a su país sin pudor y con la comunidad internacional mirando para otro lado.

¡Qué entre aire fresco! Con esa corriente de aire que huele a soplo de reconocimiento y recuerdo merecido por derecho propio, nuestra democracia, y por ende nuestro país, serán más respirables.