Sociedad

«No maten a quien quiso matarme»

El magnate del porno Larry Flynt pide el indulto para el hombre que le condenó a una silla de ruedas, que hoy deberá ser ejecutado

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Joseph Paul Franklin es uno de esos tipos a los que nadie con una mínima convicción moral perdonaría sus reprobables actos. Entre 1977 y 1980, este fanático de la supremacía blanca asesinó a un buen número de afroamericanos y judíos y a varias parejas interraciales. Fuentes policiales le atribuyen un total de 22 crímenes, aunque sólo se probó su relación con las muertes de quince personas entre parejas mestizas, hombres de otras razas y una prostituta. Le ha llevado al corredor de la muerte el asesinato de un judío a la salida de una sinagoga en Misuri, en 1977. «Sentí que estaba en guerra con otras razas», ha dicho el criminal de Alabama en una entrevista recogida ayer por 'The Christian Post' a un hombre que hoy volverá a convertirse en noticia.

Una inyección letal dará cumplimiento a la pena de muerte a la que se le condenó, salvo que el juez encargado del caso escuche la voz de la más popular de sus víctimas. Larry Flynt, el magnate del porno, lleva semanas pidiendo clemencia para el recluso, trabajando por evitar que se cometa otra injusticia y que la deuda por el asesinato se salde con otro crimen. «El único argumento que motivó la pena de muerte es la venganza, no la justicia. Un Gobierno que prohíbe la muerte entre sus ciudadanos no debería dedicarse a matar gente», ha dicho el editor, que vive en una silla de ruedas desde el 6 de marzo de 1978 por un disparo que le seccionó la médula. Su agresor quiso asesinarle por haber publicado en 'Hustler' las relaciones sexuales de una pareja interracial, un negro con una mujer rubia. Erró el disparo y le dejó para siempre minusválido.

Franklin nació James Clayton Vaugahn, pero con el tiempo y su ingreso en el Ku Klux Klan se cambió de nombre. Con el nuevo, quiso rendir homenaje a sus ídolos Benjamin Franklin y Paul Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi. Pero ya no es el mismo. Dice que la prisión le ha hecho ver la verdad y que le espera «el Reino de los Cielos, porque me he arrepentido».

Larry Flynt tiene muy claro dónde tiene su corazón de víctima y dónde su cerebro humano. «Me apetecería estar una hora a solas con él, con un par de cortaalambres y unos alicates, para infligirle el mismo daño que él me infligió a mí. Pero yo no quiero matarlo, ni quiero verlo morir». La ejecución está programada para las doce del mediodía y un minuto.