Dos años con Rajoy
Alcanza el ecuador del mandato seguro de su credibilidad en los mercados, pero con altas tasas de decepción ciudadana
MADRID.Actualizado:No ha sido capaz de hacer realidad sus principales promesas electorales. Más bien al contrario. El próximo 20 de noviembre hará dos años que el Partido Popular, liderado por Mariano Rajoy, ganó con aplastante mayoría absoluta -186 escaños frente a 110 de su principal competidor, el PSOE- las últimas elecciones legislativas. La tasa de paro sigue a niveles escandalosos para un país de la OCDE, el 26,6%, la deuda pública se ha disparado y va ya camino del 100% del PIB; ha habido recortes en Sanidad, en Educación y hasta en las pensiones, donde se encontraba su propia línea roja, y ha subido los impuestos. Sin embargo, el presidente del Gobierno cierra su segundo año en la Moncloa convencido de que aún puede recuperar la confianza de los españoles.
Él nunca llegó a pronunciar el «cueste lo que me cueste» de José Luis Rodríguez Zapatero, pero en la práctica Rajoy se ha mostrado dispuesto a encajar «la impaciencia y hasta la decepción» de los ciudadanos (fueron sus propias palabras en diciembre de 2012). Y a tenor de las protestas ciudadanas, organizadas en mareas de distintos colores, pero sobre todo de las encuestas -siete de cada diez españoles consideran «mala o muy mala» su gestión- hay mucho de lo uno y de lo otro. La economía, no obstante, ha comenzado a dar algún respiro, aún imperceptible en la calle, y eso es algo a partir de lo que los populares pretenden construir un discurso esperanzador.
Hay una mejora del déficit comercial (diferencia entre exportaciones e importaciones) y un claro descenso de la prima de riesgo; dos hechos que ayudan a cubrir otros desequilibrios. Pero la gran noticia que Rajoy ha recibido en el aniversario de su elección viene de Bruselas: es el final del rescate bancario, que ha limitado su margen de maniobra y ha mantenido a España bajo una intensa vigilancia de la troika durante un año y medio. No es que ahora tenga las manos libres ni que el país vaya a poder permitirse mayores holguras. Pero en el Ejecutivo dan por hecho que se ha logrado algo fundamental, recuperar el crédito ante el exterior. Queda el interno.
En un país ahogado por la crisis, la economía seguirá siendo el principal caballo de batalla. Este, dicen, será el año de las «reformas». Pero Rajoy se enfrenta a otros retos.
El 'caso Bárcenas'
El presidente del Gobierno fue capaz de hacer como si el escándalo protagonizado por el extesorero de su partido y las sospechas de financiación ilegal del PP no existieran hasta que en julio de este año Bárcenas puso sobre el tapete SMS cruzados que ponían en duda que Rajoy hubiera sido ajeno a sus tejemanejes. La oposición, encabezada por el PSOE, logró doblarle el brazo y forzó su comparecencia en un pleno monográfico en el Congreso.
Este episodio ha dañado seriamente la imagen del PP y del conjunto del sistema político. Y aun así, los cálculos que hace el Gobierno son más bien halagüeños. Creen que ya se ha tocado fondo, que no resultará imputado ningún alto cargo del partido y que, casi con toda seguridad, todo quedará en una condena a Bárcenas por delito fiscal y blanqueo de dinero.
El conflicto con Cataluña
Como ante otros muchos problemas, Rajoy optó durante meses por hacer de Don Tancredo frente al envite catalán. El Gobierno sigue manteniendo la tesis de que una buena parte de la escalada independentista tiene su origen en la gravedad de la situación económica y que, una vez esta remita, será más fácil encauzarlo. Mientras Artur Mas y sus socios de ERC se preparan para pactar la fecha y la pregunta de un referéndum soberanista, y el líder de Unió advierte de que Cataluña camina hacia una declaración unilateral de independencia, Rajoy insiste en que nunca dejará caer a ninguna comunidad autónoma y lanza mensajes de reconocimiento hacia la labor de uno de los principales motores económicos del país. En diciembre publicará las balanzas fiscales como preludio de la reforma del sistema de financiación comprometido para el segundo semestre de 2014. Pero eso es todo. Ya ha dejado claro que no habrá más negociación política que esa y rechaza de plano la propuesta de reforma constitucional elaborada por los socialistas para desencallar el conflicto.
La cohesión interna
El PP ha dejado de ser el partido del discurso único. Gobierna en todas las comunidades salvo País Vasco, Navarra, Andalucía, Asturias y Canarias. No han sido pocas las ocasiones en las que sus barones han manifestado discrepancias con el propio Ejecutivo por el reparto de fondos, o entre sí. Pero no se trata sólo de una cuestión territorial. La gestión de la secretaria general, Dolores de Cospedal, en el 'caso Bárcenas' despertó no pocos recelos. Y el expresidente del Gobierno José María Aznar no ha dudado en lanzar andanadas contra una política económica que ve desacertada y contra la falta de firmeza que, a su juicio, demuestra Rajoy frente al pulso independentista o la lucha contra ETA (en este caso, al calor de la sentencia de Estrasburgo contra la doctrina Parot).
El desgaste de sus ministros
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, la de Trabajo, Fátima Báñez, la de Sanidad, Ana Mato, o el de Hacienda, Cristóbal Montoro, son probablemente los rostros más impopulares del Gobierno. En el PP asumen que Rajoy acometerá una crisis de Gobierno pasadas las Navidades, de cara a las elecciones europeas. Esa cita servirá para medir, por primera vez desde 2012, el grado de desgaste o resistencia del partido. Es probable que el ministro de Agricultura, el mejor valorado, Miguel Arias Cañete, encabece la lista y eso obligará a una remodelación del gabinete que, a su vez, podría servir de impulso político.