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Un hombre transporta agua por una calle inundada de Tacloban sin más luz que la de los faros de los vehículos. :: EDGAR SU / REUTERS
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«Lo peor es la falta de ayuda»

Los supervivientes del tifón 'Haiyan' llevan desde el viernes sin apenas agua, comida ni electricidad, rodeados de cadáveres y en casas en ruinas

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Para Jenalyn Gayoso, la suerte de sobrevivir al tifón 'Haiyan', o 'Yolanda', como lo llaman aquí en Filipinas, ha consistido en pasarse tres días sin comida, bebida ni electricidad en una casa en ruinas, rodeada de cadáveres y esperando una ayuda humanitaria que aún no ha llegado a Guinan. A cuatro horas al noreste de Tacloban, la 'zona cero' de la catástrofe, este pequeño pueblo de la provincia de Sámar fue el primer lugar donde el tifón tocó tierra el viernes con vientos hasta de 310 kilómetros que barrieron las islas del centro del archipiélago.

Después de resistir racionando lo poco que tenía en su hogar para su marido, oficial de la Guardia Costera; su madre, su bebé de once meses y su abuela de 77 años, Jenalyn fue evacuada ayer en un helicóptero del Ejército que la llevó al aeropuerto de Tacloban, desde donde fue trasladada a la base aérea de Villamor en Manila.

«Lo peor no es el tifón, sino la falta de ayuda humanitaria para los que hemos sobrevivido», se quejaba a las puertas de este recinto militar contiguo al aeropuerto de la capital filipina, donde la esperaban unos parientes que la acogerán en su casa por una larga temporada. A su domicilio, anegado por las fuertes lluvias que trajo el tifón, no podrá regresar en mucho tiempo. «El agua nos llegó al cuello y tuve que ponerme a mi bebé sobre la cabeza porque pensaba que nos íbamos a ahogar todos», relata junto a un grupo de damnificados que acaba de desembarcar del Hércules C-130 de transporte que ha sacado a 200 afortunados de las tinieblas que engulleron la isla de Leyte, a 580 kilómetros de Manila.

Si la situación es desesperada en Tacloban, el epicentro de la catástrofe sobre el que se posan los ojos de todo el mundo, su odisea demuestra el olvido en que han caído los pueblos de alrededor, condenados a ser los últimos en el reparto de la escasa ayuda alimentaria que llega a las áreas arrasadas por el tifón. Y eso que Jenalyn ha tenido la suerte no sólo de sobrevivir, sino también de ser rescatada con relativa rapidez mientras miles de personas se agolpan en el derruido aeropuerto de Tacloban a la espera de tomar un avión militar a Manila, hasta ahora los únicos que podían aterrizar en la pista. Desbordadas por la magnitud de la tragedia, las autoridades se vieron obligadas a reabrirlo ayer parcialmente a varios vuelos comerciales no programados procedentes de la capital filipina. Lo mismo harán mañana con aviones que llegarán de la vecina isla de Cebú para evacuar a más damnificados. Sus parientes podrán entonces auxiliarlos con agua y comida o, sencillamente, buscar a los desaparecidos. Ya estén vivos o muertos, al menos así se librarán de la agonía que sufren desde que el viernes perdieron todo contacto con ellos al derribar el tifón los postes y las antenas telefónicas.

«¿La has visto? ¿Entonces está viva?», preguntaba, refiriéndose a su nieta, la británica Susan Scott al estadounidense Jonathan Miers, amigo de su hijo Daniel y residente como él en Tacloban. Junta a su otra hija, Anna, había venido de Liverpool para visitarlo porque él lleva ya cinco años trabajando en Filipinas. Su plan era llegar el jueves a Tacloban, pero retrasó el viaje por la alerta del tifón, que tocó tierra la madrugada del viernes. Desde el sábado por la mañana, cuando su hijo se las ingenió para colgar un mensaje en Facebook diciendo que estaba bien, Susan no sabía nada de él ni de su nieta y estaba angustiada. Aliviada por las noticias que le trae Miers, se funde con él en un abrazo que pone los pelos tan de punta como la pregunta a bocajarro sobre su nieta: «¿Entonces está viva?».

Temor a morir

Al igual que Daniel, trasladado a la vecina isla de Cebú, Jonathan Miers fue evacuado ayer por el Ejército, pero a Manila. Director de operaciones de GoAbroad.com, una empresa que fomenta la enseñanza y el voluntariado con 80 empleados en Filipinas, este joven americano pensó que «seguramente iba a morir durante el tifón», que duró desde las cinco de la madrugada hasta las diez de la mañana. «Me encerré en el baño para resistir las sacudidas del viento y a las nueve de la mañana, cuando empezó lo más fuerte y abrí la puerta, vi que había volado la segunda planta de mi casa y que el agua entraba a mares», rememora. «El 80% de las casas en Tacloban ha perdido sus tejados», dice.

Si el viento se llevó la mitad de su moderna vivienda en Camilla Homes, una de las mejores áreas de la ciudad, no es difícil imaginarse lo que ha hecho con las míseras cabañas de bambú y latón en las que viven millones de filipinos. «Hay cadáveres descomponiéndose por las calles porque nadie los recoge», describe Jonathan Miers con amargura, pero decidido a continuar en Filipinas a pesar de que 20 de sus empleados están desaparecidos. «Lo más importante ahora es conseguir ayuda porque sé que pasarán meses hasta que se restablezcan el agua y la electricidad», concluye con el pesimismo propio de todo realista.

A los 10.000 muertos que las autoridades creen que ha dejado en Tacloban, su capital, se suman los 2.000 que se estiman en la vecina provincia de Sámar, lo que convierte a 'Haiyan' en la peor catástrofe natural de la historia filipina reciente tras un terremoto de magnitud 7,9 en 1976 y el tifón 'Thelma' en 1991, que dejaron más de 5.000 víctimas. El año pasado, Filipinas fue el país más castigado por los desastres naturales, que se cobraron 2.000 vidas.

Considerablemente debilitado, 'Haiyan' pasó ayer por el norte de Vietnam y el sur de China. Pero, con rachas de hasta 156 kilómetros por hora y vientos sostenidos de 97, siguió cobrándose víctimas mortales: cinco en Vietnam y ocho en China, donde hubo apagones y se suspendieron numerosos vuelos.

Además de causar cuantiosos daños materiales, este devastador tifón ha afectado a cerca de diez millones de personas en Filipinas y obligado a desplazar a unas 600.000, un número similar al de evacuados en Vietnam. Y la pesadilla aún no ha terminado. Después de 'Haiyan', el vigésimo cuarto tifón de la temporada, los meteorólogos pronostican que otra tormenta se aproxima a las islas y podría anegar algunas de las poblaciones ya arrasadas. Tras entrar en tierra por la meridional Mindanao, subirá hasta Bohol, Cebú, Negros y Panay y dejará lluvias que, aunque moderadas, contribuirán a empeorar la ya de por sí trágica situación.

Sumido en la miseria que ha hecho de la calle el hogar de buena parte de los 96 millones de filipinos, este archipiélago de más de 7.000 islas recurre a la asistencia internacional para paliar la catástrofe, pero al caos habitual se añade ahora la destrucción de las zonas afectadas para dificultar el reparto de la ayuda. A menos que un milagro obre una transformación radical en el país más católico de Asia, Filipinas aún tardará en reponerse de la devastación causada por 'Haiyan'. O 'Yolanda', como lo llaman por aquí con su simpatía a prueba de catástrofes.