La ciudad que lava más blanco
Cúcuta, con una explosiva economía informal y rodeada de asentamientos de desplazados, suma a los conflictos colombiano la cercanía a Venezuela
Actualizado: Guardar«Compre lotería, la 'chance' legal para hacerse rico», dicen los anuncios de las casas de subastas. Nunca la publicidad fue tan sincera, y es que en San José de Cúcuta la honestidad se deja al azar y el delito juega sobre seguro. La ciudad colombiana compendia todas las actividades ilícitas que asuelan el país. La capital de departamento de Norte de Santander, fronteriza con Venezuela, soporta tráficos y lacras, demuestra que los conflictos atraviesan las aduanas y que el crecimiento económico de la república se nutre de graves contradicciones.
Los lemas comerciales buscan el rédito de una realidad palpable en una periferia plagada de concesionarios de automóviles de gran cilindrada, bancos, centros comerciales, nuevos edificios de apartamentos, restaurantes y hoteles de lujo sin una actividad productiva que sustente este auge inmobiliario. La urbe, la sexta más importante por población, carece de industria y su oferta de servicios es excesiva y cara para sus 750.000 habitantes. El 70% de la economía local es informal.
El lavado de dólares explicaría el insólito 'boom'. La emisión de facturas falsas alimenta la construcción, aunque la mayoría de las viviendas, con precios superiores a los de Bogotá, no se habitan. La necesidad de blanquear dinero negro genera iniciativas curiosas, como el concierto de una estrella de la música latina cuyas caras entradas fueron regaladas con extraña generosidad.
Las oportunidades de negocio se relacionan a menudo con la vecina república bolivariana. Cientos e puestos callejeros venden camisetas de la selección nacional, mangos y gasolina en el mismo tenderete. El combustible viene de Venezuela, donde goza de subsidios, y se distribuye en bidones denominados pimpinas. Llenar el depósito cuesta un dólar (0,75 euros) al otro lado, mientras que en Colombia ese el precio de un solo litro. Este trasiego genera pérdidas de 1.400 millones de dólares anuales (1.047 millones de euros) a Carcas, que acaba de subir el galón en las regiones fronterizas para contener la sangría.
Pero la parasitaria economía cucuteña no sólo se nutre de la gasolina más barata del mundo. El contrabando afecta a alimentos, medicinas, materiales de construcción, fertilizantes o artículos de higiene, también sufragados por el Gobierno de Maduro y mucho más asequibles que los colombianos. El flujo rinde pingües beneficios, pero agudiza el habitual desabastecimiento de las tiendas venezolanas, hunde el mercado autóctono y acrecienta la artificiosidad de su desarrollo.
Siglas y bandas
El menudeo del arroz o champú resulta convenientemente 'vacunado' por las bandas que operan en la zona y que extorsionan a los comerciantes y contrabandean a gran escala en una frontera con cuatro pasos legales y doscientos sin control. Confluyen siglas de todo tipo, desde las omnipresentes FARC al ELN o al EPL, al surtido abanico de bandas criminales emergentes (bacrim), herederas de las organizaciones de autodefensa.
Los señores de la coca y el oro también tienen la ruta adecuada en este entorno de fronteras permeables. La guerrilla controla los cultivos, los paramilitares los laboratorios y la distribución internacional, que goza de la cercanía del lago de Maracaibo, es cosa de los carteles mexicanos.
Se mercadea también con personas. Los mafiosos acuden a colegios con sus relucientes camionetas y seducen a los alumnos con fajos de billetes y caros celulares. Las niñas alimentan la demanda de prostitutas, y para los muchachos el futuro esta entre el duro trabajo en la mina, como 'mulas' del narco o como sicarios que ejecutan órdenes letales desde coches y motocicletas.
El oropel de Cúcuta oculta la violencia y la miseria de sus inmediaciones. A veinte kilómetros se encuentra el centro de reubicados de Los Mangos, un poblacho que cobija familias de todos los confines del país. Algunos, trasladados por el Ejército viven en chabolas sin servicios básicos ni intimidad a familias generalmente numerosas y fomentan el abuso físico y sexual. Pero cualquier circunstancia es susceptible de empeorar en este que martiriza a su gente, a merced de los señores de la coca y la geurra que administran vida y muerte en este infierno.