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Schommer, tardío Nacional de Fotografía

Maestro del retrato, el fotógrafo alavés recibe con 85 años el premio de Cultura

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Alberto Schommer (Vitoria, 1928) fue el primer fotógrafo con plaza en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Con medio siglo largo de actividad, acumula un sinfín de reconocimientos y premios. Pero le faltaba, incomprensiblemente, el Nacional de Fotografía, que al fin saldó ayer su deuda con el gran creador y maestro de retrato. «Llega muy tarde y tras muchos premios, pero lo agradezco», aseguraba con su frágil voz y dedicándoselo a su mujer, Mercedes Casla, fallecida hace dos meses. Con 85 años, quiere Schommer volver al retrato, el género que domina y que más satisfacciones le ha dado. Para «aceptar encargos» ha habilitado un gran espacio en su estudio madrileño. Le vendrán de perlas los 30.000 euros de bolsa del galardón que concede cada año el Ministerio de Cultura y que recibieron en años pasados Eugeni Forcano, Rafael Sanz Lobato y José Manuel Ballester.

La obra de Schommer está en grandes museos, ha sido publicada por las más prestigiosas revistas, recogida en más de setenta libros y sancionada con incontables galardones. El jurado reconocía una rica trayectoria «en la que ha abordado todos los temas e innovado desde el punto de vista técnico y experimental». «Ha sido testigo de la transformación cultural y social de nuestro país», resumía el acta.

En 1996, Schommer era académico y, en 2009, Cultura le concedía la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Satisfecho con este premio tardío y merecido, le queda la espina de Príncipe de Asturias. «No se lo han dado nunca a un fotógrafo español y es una injusticia un poco vergonzante», se duele sin mencionar a Annie Leibovitz, su reciente ganadora. «En España hay media docena de grandes fotógrafos que lo merecen», asegura. Cita a dos muy especiales para él: Cristina García Rodero y Alberto García Álix, ganadores en 1996 y 1999 del Premio Nacional que ahora recibe él.

De madre española y padre alemán -Alberto Schommer Koch que abrió estudio en Vitoria en los cuarenta-, iba para pintor. Schommer hijo hacía fotos desde la adolescencia y se profesionalizó en 1959, tras formarse en Colonia y París. Con una andadura de seis décadas, de las placas y la Polaroid y la cámara compacta a la tecnología digital, sigue reivindicándose a sí mismo como «un autor en el sentido total de la palabra, porque lo que yo quiero es hacer arte». «La fotografía para mí es un hecho de amor», dijo en su discurso de ingreso en Bellas Artes que tituló 'Elogio a la fotografía'.

Renovador de la fotografía española en los sesenta, Schommer ha protagonizado una carrera plagada de retos formales y conceptuales bajo la benefactora influencia de maestros como Irving Penn y William Klein. En 1967 representó a España en la Expo de Montreal; en 1979, fue elegido fotógrafo del año y, en 1989, el Metropolitan Museum of Photography adquiría algunos de sus retratos psicológicos. Los realizó a partir 1969 y le confirmaron como uno de los fotógrafos más originales de la segunda mitad del siglo XX.

Sus retratos de personajes tan dispares como el cardenal Tarancón, el banquero Mario Conde, el torero Espartaco o el escultor Eduardo Chillida, son lo más conocido y apreciado de su labor. «El retrato y el paisaje son cruciales; con su potencia extraordinaria han atrapado a todo los grandes maestros», dice. Los publicó en diversos medios, escenificando el poder, la economía y la cultura, trazó un rico friso de la reciente historia de España. Hizo época con su formidable serie psicológica, a las que siguieron 'Máscaras' y 'Paisajes negros' cuya espectacular factura denota su creatividad y dominio técnico. «De los miles de retratos que he hecho, los validos son apenas la punta del iceberg», dice este maestro del género que retrató también a grandes intelectuales y creadores estadounidenses como Andy Warhol, Roy Lichtenstein o Susan Sontag.

Fiel a la fotografía analógica y a sus equipos Nikon y Hasselbald, «recurro a lo digital cuando lo necesito», explica. Curioso e innovador, inventó en su madurez las 'cascografías', fotografías escultóricas, con volumen apreciable al tacto mediante baños químico al papel arrugado para que se parezca a la piel. Avisa que sorprenderá con la exposición que lleva aparejada este premio justo y necesario, llevando al museo del Prado retratos de gran formato, de dos metros alto y uno de ancho.