El malestar de la cultura
Actualizado:En aquellos lozanos años noventa tenía la fortuna de viajar a menudo a La Habana lo que recuerdo con una zumbona morriña agallegada, pues si bien aquel desbarajuste de ciudad cariñosa se parece metafísicamente a Cádiz, su trajín de combate por la supervivencia recuerda más a lizas celtas, tozudas y abnegadas, en todo caso de sazón tristona. Toda Cuba estaba recubierta por aquellos entonces de murales de propaganda contra la necia y manipulada Ley Helms-Burton, impulsada por el zamarreón a la opinión pública estadounidense infligido por el hecho que dos Mig ruso-cubanos hubieran derribado a sendos aviones privados, al parecer fletados por el sórdido movimiento 'Hermanos al rescate' que operaba desde Miami, apoyando obviamente con ahínco esta ignominiosa ley.
El carácter zumbón caribeño que es recio y adusto, distando mucho de ser alegre, como le ocurre a la sarcástica gaditana, ha bruñido esa reciedumbre airosa y aguerrida sobre la aventura diaria del salir adelante ejerciendo de huérfano menesteroso. Saben que están solos; que las añagazas y arrumacos de los discursos políticos paternalistas se corresponden con una dinámica esclerótica y con la melopea de los mantras demagógicos. Han conseguido entre todos, artesanalmente, convertir un inmenso fracaso en una algarabía. En aquellos días que rememoro ahora, se empezó a autorizar tácitamente la creación de una especie de casas de comidas que llamaron con su peculiar gracejo 'Paladares'. La desbordada cordialidad y campechanía con la que se gestionaban aquellos establecimientos, compensaba el que se comiera en ellos discretamente mal, aunque sabrosón, debiendo recalcarse de este ejercicio de supervivencia el prodigioso ingenio y su propensión al inventiva.
Decía Jacques Monod, el Nobel de física, en su libro 'El azar y la necesidad' que «.el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad del universo indiferente, del que ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte». Este helador concepto impulsa a la cultura, a la educación, a la nobleza esencial del ser humano, hacia el malestar, como apuntara Freud, del que se liberará cuando se decida a amar y trabajar sin politiqueo. Cuando sea posible vivir solemnemente sin tener que invocar la ayuda del Estado nodriza castrador.