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El portero visitante

Enrique Montiel de Arnáiz
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Hace el frío que acostumbra en los noviembres, engañoso y sibilino, del que se introduce en tus huesos mediante invisibles esquirlas de hielo. A no ser que te muevas. Con rapidez. Has conocido las Cortes, el Congreso y el Senado, las Diputaciones Provinciales y el Ayuntamiento, sabes de sobra lo que allí se cuece. Te pisotearán como una hormiga. A no ser que te muevas. Con rapidez. Balanceas tu cuerpo de un lado al otro, flexionas tus crujientes articulaciones para hacerlas entrar en calor (la artritis no es algo que te preocupe ahora mismo). Te colocas bien las gafas y te sientes poderoso amparado por tu oposición a Fiscal ganada y no disfrutada. Vistes la casaca celeste de Arconada. Acompañas a tu traje de marca una corbata de seda tintada de yellow, aunque dicen que el amarillo. Sigues sufriendo el frío pero es tu momento y lo sabes. Por fin eres el ministro visitante.

Tus guantes posan el balón –ya ni sabes qué marca de hilo cose ahora su cuero– en el podado césped del estadio mientras empieza a elevarse el crudo runrún de los que te critican –jueces, abogados, procuradores, lesbianas, proabortistas, separatistas y exterroristas– en forma de una prolongada «A» que va subiendo en intensidad vocálica. Das dos o tres pasos hacia atrás e inicias a grandes zancadas tu sprint. Cambiaste la ley del aborto según los criterios aceptados, legislaste la prisión permanente revisable para parchear a Parot, arrinconas la procura para absorber sus aranceles, tus tasas judiciales han oxigenado la Administración y ahora quitas –en parte– la tarea del divorcio a letrados y procuradores para dar ‘extra-coin’ a los notarios que se enriquecieron con el boom y se arruinaron con el crack.

Sientes frío pero es tu momento. Te diriges hacia la bola. Pisas fuerte, impactas duro. El balón cruza el grisáceo celeste. El eco retumba en los alrededores del campo. La izquierda trona con unanimidad. «¡¡¡Caaaaaaaaaabrón!!!» Y tú sonríes. Te da lo mismo.