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Varios visitantes se refrescan en el módulo 'Lluvias remotas'. / Exploratorium.
perdidos en el espacio

Juegos para adultos

El Exploratorium de San Francisco, el museo de la ciencia más imitado del mundo, abre sólo para mayores de 18 años una tarde al mes

L. A. GÁMEZ
BILBAOActualizado:

El museo de la ciencia más imitado del mundo está cerrado a los niños. Es primer jueves de mes y, entre las 18 y 22 horas, sólo los mayores de edad pueden entrar en el Exploratorium de San Francisco. Copas, juegos, artistas, científicos, músicos, teatro, bromas, magos y experimentos integran el perfecto cóctel para disfrutar de una velada diferente a orillas del mar, para curiosear entre los artilugios más extraños que uno pueda imaginarse y, sobre todo, para divertirse como un niño, pero sin niños. Es la denominada sesión 'After dark' (Por la noche)

El Exploratorium abrió sus puertas en el Muelle 15 del puerto de San Francisco en abril pasado, después de haber estado desde 1969 en el Palacio de las Bellas Artes, construido para la Exposición Internacional Panamá-Pacífico de 1915. Fue una idea del físico Frank Oppenheimer (1912-1985), quien tuvo que dejar la enseñanza entre 1949 y 1957 tras investigarle el Comité de Actividades Antiamericanas por haber sido miembro del partido comunista en su juventud. Hermano del 'padre de la bomba atómica', con quien trabajó en el proyecto Manhattan, Oppenheimer viajó en 1965 a Europa gracias a una beca Guggenheim. En el viejo continente, visitó numerosos museos y tres influyeron notablemente en su diseño para san Francisco: el de la Ciencia de Londres, el Alemán de Múnich y el Palacio de los Descubrimientos de París.

Como niños

Visitar el Exploratorium es toda una experiencia y hacerlo en una sesión 'After dark', todavía más. A 15 dólares la entrada -un día normal cuesta 25 la de adulto y 19 la de los mayores de 6 años y menores de 18-, las colas son largas, pero van rápidas. En ellas esperan universitarios, profesionales, mujeres que van vestidas de fiesta, abuelos, usuarios de sillas de ruedas, cuadrillas de amigos, parejas... Una vez dentro, esa gente se desinhibe y se marca como único objetivo jugar, pillar la atracción más próxima antes que el vecino y probar su destreza o simplemente reírse. Si es con un cóctel de los que sirven en las barras repartidas por las instalaciones, mejor.

Hay mucho que explorar en un hangar de unos 31.000 metros cuadrados -un tercio más que el museo Gugenheim de Bilbao- con más de 600 atracciones creadas por su equipo de técnicos y científicos, a los que los visitantes pueden ver trabajando en el taller, ubicado tras cristaleras en el centro de la nave. Es posible que, si ha visitado algún clon del Exploratorium -hay más de 400 en un total de 43 países-, se encuentre con cosas que le suenen, pero no por eso dejará de sorprenderse. Todo en el museo sanfranciscano está hecho para propiciar el aprendizaje mediante la sorpresa y la experimentación, y sin farragosas explicaciones, desde el 'Póquer facial' -donde hay que adivinar si el contrincante va de farol por su cara- hasta el llamado 'Negro brillante' -en el cual vemos un objeto blanco, aunque es negro-, pasando por 'Lluvias remotas' -que replica el tamaño y la frecuencia de las gotas de agua de tormentas registradas en todo el mundo- y el espejo gigante de la galería central, en el que la imagen no sólo se invierte, sino que, además, parece salir del espejo y avanzar hacia nosotros. Ver, desde fuera, a adultos hechos y derechos moviendo las manos hacia algo que tú no ves y reírse a carcajadas resulta, cuanto menos, extraño.

Hay quien practica papiroflexia en un taller que imparte un experto; quien busca bichos en pequeños ecosistemas controlados; quien mira células madre a través del microscopio; quien intenta que un bola descienda por un entramado de tubos y rampas; quien trata de caminar en silencio y rápidamente por una 'habitación' con suelo de grava; quien juega a una máquina de petacos con la maquinaria visible; quien cuenta los anillos de un tronco de árbol; quien prueba a escuchar sonidos como si fuera una serpiente; quien crea una secuencia de animación de 'stop motion' con objetos cotidianos; quien se sienta en una silla giratoria para experimentar un mareo momentáneo... Una máquina que fotografía la caída de una gota de agua lleva a que unas jóvenes hagan muecas detrás de la gota sin vergüenza, aunque la imagen de la gota delante de su rostro gesticulante se proyecta acto seguido en una gran pantalla de televisión a la vista de todos. Parejas y grupos de amigos colaboran para pulsar con ambas manos un anillo de plástico y que salga una 'señal de humo' despedida hacia el techo. Es imposible abarcarlo todo.

Las cuatro horas pasan con rapidez. Aún así, conviene tomarse un descanso para cenar, con vistas a la espectacular Bahía de San Francisco, en el restaurante Seaglass, donde puede degustarse una amplia variedad de platos, incluido sushi elaborado al instante. Tras reponer fuerzas, otro paseo por las instalaciones nos permitirá seguir descubriendo cosas. Hacia las 22 horas, del hangar del Muelle 15 saldremos hacia Embarcadero en medio de una multitud de adultos que van a seguir la fiesta o de retirada, cansados de tanto haber jugado.

Una gran empresa

Hay módulos interactivos diseñados por personal del Exploratorium en más de mil museos y espacios públicos de todo el mundo. El presupuesto 2012-13 del centro californiano superó los 58 millones de dólares y tiene 554 empleados, el 25% de ellos educadores y científicos con grado de doctor. Parte de esos trabajadores son estudiantes de instituto y docentes jóvenes que sirven de guías. Además, su web, abierta en 1993, es la más antigua de un museo científico, tiene más de 50.000 páginas de contenido y recibe 13 millones de visitas anuales.

El museo de San Francisco recibió en el año pasado unos 570.000 visitantes, un 55% de ellos adultos. Tras su mudanza del Palacio de las Bellas Artes al Muelle 15, donde se ha triplicado el espacio de exposición, sus responsables confían en superar el millón de visitas anuales. Cuarenta años después de su nacimiento, la criatura de Frank Openheimer es un modelo imitado en todo el mundo y, de cara al futuro, cuenta ya con el Muelle 17 reservado para su crecimiento.

El Exploratorium es a los museos de Ciencia lo que el Británico a los de arqueología, el Prado a los de pintura, el Golden Gate a los puentes y el Empire State a los rascacielos. Si usted no tiene planes de viajar a San Francisco, siempre puede quedarse en A Coruña, donde se encuentra el mejor de los centros españoles inspirados en el californiano, la Domus o Casa del Hombre, obra de Ramón Núñez, actual director del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (Muncyt). Como los otros dos centros de los Museos Científicos Coruñeses -la Casa de la Ciencias y el Aquarium Finisterrae-, es fruto del buen hacer de Núñez y la firme apuesta del exalcalde Francisco Vázquez por la divulgación de la ciencia como vía para enriquecer su ciudad.