El último de los GAL
Con la salida de Ismael Miquel, condenado por asesinar a un francés que creyó un etarra, no habrá terroristas de la 'guerra sucia' entre rejas
Actualizado:Si la reciente sentencia del tribunal de Estrasburgo termina por dejar en papel mojado la doctrina Parot, en cuestión de días o semanas saldrá de la cárcel Ismael Miquel Gutiérrez, el último miembro de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) -la organización criminal creada hace ahora justo 30 años desde los aparatos del Estado para trasladar al 'santuario' francés la 'guerra sucia' contra ETA- que sigue todavía entre rejas.
Este barcelonés de 58 años fue condenado a casi medio siglo de cárcel por asesinar durante la Nochebuena de 1995 en Biarritz a un francés, Robert Caplanne, a quien su grupo de pistoleros confundió con un etarra a la salida del bar de la población vascofrancesa en el que prepararon la emboscada. Miquel abandonaría en cualquier caso la prisión -aunque no le aplicasen el sistema de cómputo de redenciones más favorable- en marzo de 2016, porque lleva ya casi 28 años encarcelado, solo dos menos del máximo de 30 que autoriza la ley.
Hijo de un comerciante de artículos de decoración y expropietario de un videoclub en la Ciudad Condal, llegó a las siglas que la Justicia española ubicó en la propia sede del Ministerio del Interior desde el menudeo de droga y el pequeño delito, como confidente policial que era desde los 25 años. Fue uno de los muchos mercenarios que los policías, guardias civiles y políticos que integraron los GAL utilizaron entre 1983 y 1987 para responder a los crímenes de ETA desde el terrorismo, con 27 asesinatos, pero con una decena de errores en los objetivos como el registrado con Caplanne.
Miquel, según él mismo confesó en 1996 en una carta manuscrita desde la celda, recibió el encargo de un alto responsable del Mando Único de la Lucha Antiterrorista, en la propia sede madrileña de Interior, de formar un grupo de sicarios para asesinar etarras.
La petición tuvo lugar solo unos meses después de que sus 'amigos' en la brigada antidrogas de la Policía Nacional lograsen su absolución en un juicio por narcotráfico, donde declararon que, a pesar de que la Guardia Civil le había arrestado con 24,99 gramos de heroína en el coche, no era un delincuente sino un infiltrado a sus órdenes en las redes de traficantes. Para cumplir el encargo reclutó a otros cinco conocidos del mismo ambiente, a los que proporcionó objetivos, armas y munición para los ataques. Su único atentado, no obstante, fue una chapuza y todo el resto de implicados salvo él cayeron en una redada en Barcelona, solo 20 días después del asesinato de Caplanne.
Huida a Tailandia
El confidente, no se sabe a ciencia cierta si con ayuda de terceros, huyó por esas fechas a Tailandia con el pasaporte robado a un empleado suyo del videoclub. En solo tres meses terminó con sus huesos en una cárcel de Bangkok, tras ser atrapado con un kilo de heroína en su poder. Cadena perpetua que terminó rebajada a 35 años. Sus viejos amigos de 'estupas' intentaron de nuevo la exculpación, pero los jueces asiáticos esta vez no les creyeron.
Después de once años como recluso a las riberas del océano Índico, y tras cuajar el enésimo intento oficial para obtener su extradición, en 1987 prosiguió su condena en España, donde enseguida vio aumentar sus ya abultada pena en 45 años y ocho meses con la sentencia que, tras 14 años de rebeldía, reprobaba sus delitos con los GAL.
Gracias al generoso sistema de beneficios penitenciarios del viejo código penal y a un indulto parcial concedido por Tailandia en el verano de 2004, podría haber salido de la cárcel hace casi diez años, pero, cuando los trámites para su licenciamiento ya estaban muy avanzados, en diciembre de 2006, la Audiencia Nacional acordó rechazar su reclamación de libertad y aplicarle la recién estrenada doctrina del Tribunal Supremo, la bautizada con el nombre del etarra a quien trataba de mantener en la cárcel: Henri Parot.