VÍDEO: Reportaje con los testimonios de los vecinos. | M. ALMAGRO
EL PUERTO

Un cuento inacabado

Más de una década de lucha para reinventar José Antonio. Los vecinos, que esperan aún el momento de ser realojados en sus nuevas viviendas, cuentan los años de esfuerzo por sacar a su barrio de la marginación

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Érase una vez un barrio normal, como cualquier otro. No destacaba en nada, la rutina y la paz construían sus días, donde se podía ver entrar y salir a hombres y mujeres yendo a trabajar, a vecinas con las puertas de sus casas abiertas que comentaban los últimos chismorreos que rondaban por la zona mientras la comida borboteaba en el fuego y se sentían los gritos alegres de niños jugando con la pelota por sus calles. Pero llegaron tiempos de sombras y tinieblas, de puertas cerradas, de silencio y gritos de dolor.

Como si de un cuento se tratara se podría describir la historia del barrio de José Antonio enclavado en la plaza de la Esperanza, peculiar nombre para una zona donde la esperanza parece que se fue de vacaciones hace ya tiempo.

En esa época la barriada de José Antonio se convierte en el mayor supermercado de droga de la provincia de Cádiz, conocida como 'la ruta de la plata', haciendo referencia al papel de aluminio utilizado por los consumidores.

Durante esos años de oscuridad, en 2002, surge una chispa entre cinco mujeres que anteriormente habían estado en silencio, intentando hacer oídos sordos a la transformación que el barrio estaba sufriendo. «Antes de empezar la lucha, yo no quería saber nada con lo que había detrás. Yo cerraba mi puerta y mientras no me molestaran...», explica una vecina, Faly.

Tras muchas indecisiones y enfrentándose a sus miedos, las cinco vecinas de José Antonio deciden acudir a un foro de portuenses que para ellas era totalmente desconocido, el Foro Social. El miedo de exponer el problema a otras personas y la reacción que pudieran tener era lo que más atemorizada a las mujeres. «Fuimos muertas de miedo porque íbamos hablar con personas desconocidas y no sabíamos cómo enfocar el problema que teníamos y sin saber si ellos iban a sacarlo a la luz». Después de luchar y vencer la timidez compartieron los problemas y experiencias que ellas vivían cada día en el barrio, ante el asombro de las personas que allí se encontraban escuchando, que no daban crédito a lo que contaban esas cinco mujeres. «Llegan un momento de que dudan de nuestra palabra, porque no creen que se pudiera estar viviendo de la manera en la que nosotros vivíamos día a día».

A partir de ese momento comienza un pequeño movimiento por parte del Foro que difunde la situación a los medios de comunicación ante el miedo de los vecinos que no se atreven a salir en fotografías de la prensa, «no queríamos salir en ninguna foto, teníamos miedo, era normal, la prensa se iba, nosotros nos quedábamos y no sabíamos las reacciones que podría haber».

Poco a poco se unen más vecinos y el miedo se va rebajando, aunque se le sigue guardando respeto, ya se atreven a ser fotografiados por la prensa y a ponerles cara a las quejas y a la historias que contaban, algo que algún caso también tiene consecuencias, como insultos, ruedas rajadas.

Navidades amargas

El portavoz de los vecinos, Pepe Oliva, explica que el espíritu de la lucha siempre ha sido poder vivir dignamente. «No pedíamos otra cosa que nuestros hijos pudieran salir a jugar, derecho al descanso, derecho a la seguridad y eso es lo que nos ha faltado todos estos años». La desesperación llegó incluso a plantearse poder negociar con los vendedores de droga, «creo que si nos hubiéramos reunido con ellos, se hubiera llegado a un entendimiento antes que con cualquier político», subraya.

Pero llegan las navidades de 2004, y con ello las complicaciones. Debido a problemas urbanísticos, muchos vecinos sufren desperfectos en sus viviendas, se caen techos, trozos de vigas y resurge el miedo. «Desde el año 83, que la Junta se hace cargo del parque andaluz de vivienda, estas viviendas no han tenido ni una mano de pintura, y los desperfectos se acumulan hasta que dan la cara». A partir de ese momento comienza la lucha con los estamentos públicos, visitas al Ayuntamiento, a la Junta, kilómetros a Cádiz y Sevilla. Una etapa que es catalogada por lo vecinos como la de la impotencia,. «Mucho frío han pasado estos vecinos en concentraciones en la Junta en Cádiz o en el Ayuntamiento», explican. Tras muchas reivindicaciones, cientos de reuniones y discusiones, los vecinos consiguen firmar un convenio donde se estipula el realojo a unas viviendas nuevas. «Ese día lloramos de felicidad, teníamos algo amarrado, ni siquiera sabíamos cuándo se harían, pero no nos importaba».

Ahora esperan el momento de ser realojados en sus nuevas viviendas con muchas inquietudes y dudas. Uno de los vecinos apunta que esas casas no son regaladas. «Esto es un realojo y los metros de más de las viviendas cada vecino lo va a pagar», insiste.

Los ojos se iluminan recordando tiempos mejores, antes de que la historia se cubriera de tinieblas, «mi barrio olía a puchero, a jazmín, los vecinos tenían las puertas abiertas, me da pena que mis hijos no hayan podido disfrutar de su infancia y se hayan criado viendo broncas y puñaladas», detallan. «Da rabia no poder ver a las personas mayores del barrio, pasear al sol un día de invierno».

Para estos vecinos, la lucha no ha terminado, el miedo que tienen todos es que las nuevas casas se conviertan en lo mismo y sólo se haya movido el problema, por ese motivo dejan muy claro que la clave reside en un plan social potente, «los vecinos tienen que ver que esto va para arriba».

Los ojos cansados de los vecinos muestran una lucha de años que continúa. «La pena es que muchos vecinos quedaron en el camino sin poder llegar a ver la luz al final del túnel», cuentan. Ahora sólo queda escribir el último capítulo, el «comieron perdices» de cualquier cuento.