La burbuja nupcial
Actualizado: GuardarCariño, nos casamos por encima de nuestras posibilidades y lo sabes. Quisimos desposarnos ante: a) Dios. b) El concejal que juega los jueves al fútbol-siete con tu cuñado; pero elegimos (qué ironía) c) el mismo juez del Juzgado de Primera Instancia que nos divorciará en un par de meses al haberse cumplido los dos requisitos imprescindibles. Uno, que me fueras infiel. Dos, que yo me enterara. (A la inversa yo lo hubiera tenido claro: calabozo)
Debí intuirlo. Apenas dijo el oficiante que podía besar a la novia empecé a engordar y engordar. Exponencialmente. La vida del casado enlorza. «Es la felicidad», me dijo un filomasajista. Me había dado igual que tu traje de novia fuera del chino o de Rosa Clará (cuantos menos corchetes mejor, eso sí) y teniendo a tus primas (esas engendros devoradoras de orcos de Mordor) en la mesa más lejana, me conformaba. Tampoco dije nada del menú -faisán con gambas- ni de que el croqueteo fuese de humus y acepté vestir de pingüino porque tu padre quería ponerse chaqué por segunda vez en su puñetera vida (no es despectivo, ya sabes que cose puñetas). Cuando tras la despedida conjunta -que tan bien organizaste- te propuse montar una barra de gintonics en el convite nupcial y lo rechazaste acusando a mis amigos de ser unos borrachos, tampoco te llevé la contraria porque, al fin y al cabo, era verdad. Sí que protesté -imperceptiblemente- cuando contrataste el castillo hinchable para unos niños que se suponía no iban a venir (en la invitación de boda se especificaba perceptiblemente que no se permitía su asistencia). Los niños son los nuevos gorrones. O sus padres, que no nos dieron regalo porque dedujeron el coste de la canguro -diez euros la hora- del sobre de Bárcenas y al final les debimos la diferencia nosotros a ellos.
Menos mal que, al menos, el DJ de la orquesta paquitochocolatera, el fotógrafo con frac, los friki-editores del vídeo del bodorrio y el joven maître del salón de celebraciones (ése con el que me la acabaste pegando) te trataron como si se casaran ellos con una reina y no yo, porque cuando chequeamos nuestra exigua cuenta corriente antes de partir a Bora Bora vimos que, al regresar, íbamos a considerarnos socialmente excluidos. Reconócelo, darling, nos casamos por encima de nuestras posibilidades y al final, cuando explotó nuestra burbuja nupcial, sólo nos tuvimos el uno al otro, como De Guindos a Montoro. Y no fue suficiente.