El 'trono' de mi bisabuelo
El Museo Cerralbo muestra los primeros espacios domésticos destinados al aseo y la higiene personal en el siglo XIX
Actualizado: GuardarHoy en día entendemos palabras como aseo o limpieza corporal como parte de nuestra vida. Pero no siempre fue así. Siglos antes de que la revolución industrial transformara para siempre los hábitos y costumbres, incluso en grandes ciudades y entre las clases más acomodadas, conceptos como el pudor o la higiene eran completos desconocidos, por no decir repudiados. Este retroceso incontenible hacia la inmundicia, cabe reseñar que nuestras calles estaban bastante más limpias bajo el dominio romano y árabe que en pleno siglo XVIII, no cesó hasta que los hallazgos de Louis Pasteur en torno a las infecciones vincularon enfermedad con ausencia de higiene. Hasta entonces la creencia era justo la contraria.
Los primeros pasos de la 'revolución higiénica' discurrieron bajo el techo de los hogares más acomodados. Los más humildes recurrían a los baños comunitarios, mucho más económicos, que se fueron extendiendo en las primeras décadas del siglo XX. Ahora el singular museo Cerralbo, en Madrid, se sumerge en el universo del aseo íntimo y la cosmética 'fin de siécle' gracias a la recreación de los primeros espacios domésticos destinados al cuidado personal. Una excentricidad de las élites decimonónicas convertido en apenas décadas en un elemento indispensable entre las paredes de las emergentes clases medias.
La exhibición se enmarca en el programa 'Miradas', una serie de muestras de formato reducido que busca «recuperar la esencia de los interiores domésticos» de un momento en que la imagen personal comenzaba a adquirir un protagonismo inapelable, como cuenta Cecilia Casas, comisaria de la exposición. La selección de piezas es el fruto de las investigaciones llevadas a cabo por el equipo científico del museo con la ayuda del Museo del Traje y varios coleccionistas privados, presentadas «de forma amena y didáctica».
Los visitantes pueden contemplar el área de aseo restringido al dormitorio con el tocador que la mujer empleaba para el 'maquillage' y la costura, así como los aperos que el varón empleaba en el afeitado, ritual obligado para el engolado aristócrata. Aunque la gran contribución a la 'domesticación' de la higiene fueron las denominadas salas de baño. Los primeros se instalaron para paliar un pequeño problema logístico. El agua corriente no llegaba a la alcoba y los excusados portátiles no resultaban demasiado prácticos. A partir de entonces una de las estancias debía reservarse a estos fines. Y aunque en este caso el lujo subyuga a la utilidad -retrete, lavabo y bidé estaban fabricados de los materiales más exclusivos-, un capricho señorial sirvió como base de algo imprescindible en la sociedad moderna.
A finales del siglo XIX aparecen además los primeros productos para el cuidado personal. La recreación de los primeros aseos conviven en la muestra con la exhibición los primeros cosméticos. Jabones, polvos de arroz o coloretes de marcas punteras de la época como La Toja, Gal o Jacob Delafon así como con una cuidada selección de grabados y carteles de gran valor artístico que aquellos pioneros de la industria de la imagen personal utilizaban como reclamos.
'Toilette: la higiene a finales del Siglo XIX' se exhibirá hasta el próximo 12 de enero.