El radicalismo devora al Partido Republicano
El mundo de los negocios que financió durante años a la fuerza política nunca imaginó que acabarían boicoteando el interés empresarialLa creciente intransigencia del Tea Party da paso a una batalla interna entre los conservadores
NUEVA YORK.Actualizado:La caza de brujas no se hizo esperar. Apenas habían pasado un par de horas de la votación que el miércoles por la noche puso fin a la crisis de Gobierno estadounidense cuando los mensajes amenazadores empezaron a inundar los emails de todo el país.
«Cuando importaba, el congresista republicano Peter King no estaba por ninguna parte en la lucha para retirar la financiación a 'Obamacare' (el término despectivo para referirse a la reforma sanitaria del presidente Obama). Hace sólo tres semanas votó simbólicamente por hacerlo, pero cuando realmente ha importado ha cambiado de opinión y ha autorizado los fondos que permiten su entrada en vigor», decía American for Limited Government, uno de los grupos de ultraderecha que trabaja en sintonía con el movimiento del Tea Party. «Al apoyar la financiación (de la reforma sanitaria) es tan responsable de esta ley como si hubiera votado por ella desde el principio. No hay forma de escapar de este hecho».
Los 87 miembros del Partido Republicano en la Cámara de Representantes que votaron a favor del acuerdo bipartidista tejido en el Senado para reabrir el Gobierno federal y elevar el techo de la deuda vieron aparecer sus nombres en mensajes semejantes que brotaron por doquier. La campaña para cobrarles la deslealtad a la estrategia radical que el propio The Wall Street Journal calificó de «kamikaze» había empezado. A diferencia de otras luchas políticas, ésta no es una guerra de republicanos contra demócratas, sino de republicanos contra republicanos que dicen ser los verdaderos conservadores y desprecian a los que muestran cualquier inclinación al acuerdo.
No en vano, 144 congresistas votaron en contra de la ley que el propio líder de la formación, John Boehner, había puesto sobre la mesa, tras negociar los detalles entre ambas Cámaras. El temor a que ese voto les cueste la carrera política pudo más que el sentido común. Hizo falta que ni un solo demócrata faltase a la votación para que el sacrificio de los moderados republicanos más valientes tuviera sentido, apenas dos horas antes de que el Tesoro de Estados Unidos se quedase sin fondos para cumplir con sus obligaciones crediticias.
La venganza de la ultraderecha amenaza con impulsar en cada distrito de estos diputados 'moderados' la candidatura de un republicano radical que les haga frente en las primarias, con el apoyo económico y la movilización que arrastra el Tea Party. «Por supuesto», dijo Sarah Palin a la cadena Fox con una sonrisa ladina. «Los que no sean capaces de levantarse y defender con fuerza los valores de nuestra república y de nuestra Constitución tendrán que ser expulsados en primarias. De lo contrario nos hundimos».
Graham, en el punto de mira
La exgobernadora de Alaska y candidata a vicepresidente con John McCain tiene en la lista de objetivos a uno de los mejores amigos del hombre con el que intentó derrotar a Barack Obama en 2008: Lindsey Graham. El senador de Carolina del Sur es conocido por su conservadurismo a ultranza. Aprovechó el atentado contra el consulado de Bengasi para crucificar al Gobierno y pide que se endurezcan las sanciones contra Irán en un momento en el que se explora la vía del diálogo. Con todo, su política palidece frente a la del Tea Party. Graham, como McCain, sabe contar. «Nunca tuvimos los votos para retirar la financiación a 'Obamacare'», insiste el senador por Arizona. «Era una tarea descabellada desde el principio».
Así lo veía también la comunidad empresarial que durante años ha financiado al Partido Republicano sin imaginar que éste acabaría boicoteando sus intereses. El cierre parcial del Ejecutivo federal ha costado 17.000 millones de euros en actividad económica perdida. Eso, junto a la incertidumbre que ha creado en los mercados la posibilidad de que el Tesoro no pudiera seguir pagando los intereses de la deuda, ha provocado que la estimación del Producto Interior Bruto (PIB) para este año caiga del 3% al 2%. Lo suficiente para no crear empleo. Los empresarios, inversores y hombres de negocios lo saben. «Acabad con eso», ordenó en su editorial del miércoles The Wall Street Journal.
Hasta hace poco el sector corporativo confiaba sus intereses a la formación conservadora, a la que financiaba sin remilgos para tener línea abierta con sus legisladores. En las elecciones de 2012 que dieron el segundo mandato a Obama, la Cámara de Comercio de EE UU invirtió casi 27 millones de euros, en su mayoría en anuncios contra candidatos demócratas. Todo ese dinero no le ha servido esta vez para disuadir a los legisladores de cumplir su amenaza de cerrar el Gobierno si no se retiraba la financiación a la ley de reforma sanitaria. «Los republicanos ya no son el partido de los negocios», proclamó la revista Bloomberg Business Week. «Son el partido del antigobierno», dijo Roberto Shapiro, presidente de la consultoría económica Sonecon.
La facción más extremista, que no atiende a otra razón que la ideológica, ha tomado el control del partido en la Cámara baja y, como con el Gobierno federal, amenaza con destruirlo si no se somete a su cruzada. «Soy republicano por definición y de carné», recordó al diario The New York Times Joe Echevarria, jefe ejecutivo de la consultoría Deloitte, «pero el partido parece haberse dividido en dos facciones».
El trigo y la paja
Tim Huelskamp, uno de los 90 diputados elegidos con el apoyo del Tea Party, tiene otra opinión. Según el congresista de Kansas, la votación del miércoles ha servido «para separar el trigo de la paja», resume amenazador. «La gente en casa se está dando cuenta de que no todos los republicanos son conservadores. De hecho, algunos son anticonservadores».
El propósito de la formación -que tiene otros 40 simpatizantes en la Cámara baja y logró el voto negativo de 18 senadores- es seguir promoviendo a los que considera «verdaderos conservadores» para solidificar su mayoría en la Cámara baja e incluso imponerse en el Senado, aunque esto último no parezca estar realmente a tiro para las elecciones del año que viene. «Creo que las elites, el 'aparato' de Washington, han ganado esta batalla, pero al final nosotros ganaremos la guerra», vaticina Huelskamp.