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Nobel para el reto del desarme químico sirio

Al reconocer la labor del organismo para la prohibición de estos arsenales, el Comité critica a EE UU y Rusia por incumplir el plazo

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La recién comenzada revisión de los arsenales químicos en poder de Siria y su posterior destrucción es el reto que ha llevado a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) a obtener el Premio Nobel de la Paz. Veintisiete profesionales del organismo creado en 1997 y con sede en La Haya trabajan en colaboración con la ONU en suelo sirio «en un entorno muy desafiante», reconoce Ahmet Uzumcu, director del OPAQ, que esta misma semana pidió un alto el fuego temporal a ambas partes para poder desarrollar una labor para la que «los plazos son muy cortos».

«Este premio refuerza nuestra motivación y dedicación para conseguir la paz en Siria y para su pueblo», declaró Uzumcu, que espera que la distinción también sirva de «motivación para que los cuatro países que aún no se han sumado a la Convención de Armas Químicas lo hagan», en referencia a Egipto, Angola, Corea del Norte y Sudán del Sur. Israel y Myanmar suscribieron el tratado pero todavía no lo han ratificado. El galardón para la OPAQ podría considerarse una sorpresa en un momento en que todas las miradas estaban puestas en Malala Yousufzai, la activista de los derechos humanos paquistaní de 16 años que salvó la vida tras un ataque de los talibanes y que el jueves recibió el Premio Sajarov del Parlamento Europeo. El Comité Nobel noruego se decidió por este organismo internacional, en el vigésimo aniversario de la Convención sobre armas químicas de 1993, por sus «amplios esfuerzos para eliminar» estos arsenales, y señaló en un comunicado que «los recientes acontecimientos en Siria» han renovado «la necesidad de incrementar los esfuerzos para acabar con este tipo de armas».

Además de ensalzar su labor a la hora de «prohibir tanto el uso como la producción y almacenamiento» de estos arsenales, el Comité del prestigioso galardón criticó que «algunos Estados aún no son miembros y algunos países no han cumplido el plazo, de abril de 2012, para destruir sus armas químicas», entre los que se encuentran «Estados Unidos y Rusia».

Colaboración satisfactoria

Siria firmará definitivamente su adhesión a la Convención el lunes. Los expertos consideran que el arsenal de Damasco puede rondar las mil toneladas y de momento la colaboración con los expertos de la OPAQ es satisfactoria. El portavoz de Exteriores sirio, Yihad Makdessi, autoexiliado en Londres, abrió la caja de Pandora el verano pasado al responder a una pregunta sobre el tema en una rueda de prensa asegurando que las armas químicas se emplearían «únicamente en caso de agresión externa». Una afirmación que suponía el doble reconocimiento oficial por parte del régimen de que disponía de este arsenal y de que no descartaba usarlo.

Barack Obama no tardó en calificar este tipo de armamento de «línea roja» para Bashar el-Asad, el problema fue que la primera denuncia la realizó el propio régimen después de un ataque que el 19 de marzo dejó 29 muertos en Jan al-Asal, al norte de Alepo. Damasco acusó a los rebeldes de emplear sustancias prohibidas y su imputación ganó peso cuando dos meses después detuvieron a doce miembros del Frente Al-Nusra, grupo sirio vinculado a Al-Qaida, en Turquía con dos kilos de gas sarín, según informó la prensa turca.

Las acusaciones continuas entre ambos bandos llevaron a la ONU a pedir que s permitiera a sus técnicos investigar sobre el terreno. Después de varias semanas a la espera de los permisos pertinentes, el primer equipo de expertos llegó a la capital siria el 18 de agosto, tres días antes del ataque a las afueras de Damasco que, según la Inteligencia estadounidense, dejó 1.429 muertos, de ellos 426 niños. Un ataque «ordenado por las fuerzas de El-Asad», en opinión de EE UU, lo que supuso el principal argumento para justificar un ataque militar casi cantado que finalmente se canceló gracias a la mediación de Rusia y a la decisión de Siria de colaborar en el último momento en la entrega y destrucción de su arsenal prohibido y de sumarse además a la Convención de Armas Químicas.

Dos meses después, la ahora premiada OPAQ, en colaboración con la ONU, trabaja sobre el terreno y pide un alto el fuego para poder completar una misión que ha tenido «un buen comienzo», según el secretario de Estado, John Kerry, porque se han destruido las primeras armas en «tiempo récord», pero el trabajo no ha hecho más que empezar. Bashar el-Asad adelantó en una de las múltiples entrevistas que ha concedido en las últimas semanas que el desarme químico será una operación «muy complicada» que podría «llevar al menos un año y costar 1.000 millones de dólares (738 millones de euros)».

La decisión del régimen tampoco ha logrado devolver la calma absoluta a los ciudadanos respecto a este tipo de armas ya que, como pudo contrastar este enviado especial en su reciente viaje a Siria, los ciudadanos de a pie saben que la oposición armada también es capaz de emplearlas y a esta oposición, con fuerte presencia de Al-Qaida, no puede llegar la OPAQ.