Artículos

Mera a la Lampedusa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Los terrores del pasado se manifiestan en los temores del futuro. Son inexplicables, indefectiblemente, los monstruos que nos auguran un final infeliz con la muerte del joven y bello protagonista a manos del pérfido enemigo (albión o no). Inexplicables sí, pero no por ello indetectables. Por todo esto es por lo que nos vemos paseando por el mundo con las vergüenzas hechas colgajos al aire; unas más decentes, otras microfálicas. Rompemos la camisa blanca como el gitano en el casamiento de su hija mientras guardamos la negra en el armario de la sinrazón y el ridículo. Me da igual el color de la prenda: roja o azul, gaviotil o rosácea, hoz o flecha. El escudo del Capitán América o el anillo de Lantern. No hablo de estúpidas ideologías trasnochadas que poco o nada se asemejan a lo que fueron en el utópico pasado en el que fueron alumbradas sino de otra vergüenza algo más intrincada, la ajena o propia (dependiendo de los ojos que asuman la perspectiva). Me refiero a la vergüenza que produce una Italia que todo lo fue y en nada quedó gracias a modelos del egoísmo y la cobardía como el 'capitán' Schettino o los pesqueros insomnes de la isla de Lampedusa, esos que miraron para otro lado, como todos -reconozcámoslo- hacemos en alguna ocasión. Les digo del ardor que producen Berlusconi (per se), la nacionalización de los cadáveres de los inmigrantes convertidos en ebánicos descendientes de Rómulo y la imputación de los 'afortunados' supervivientes. Pienso en el oprobio que inspira tanta desidia indeseada frente a la coherencia requerida, lo que nos muestran, en días impares, los partidos políticos que deciden nuestros impuestos nacionales, autonómicos o locales. Me asusta informarles de la amenaza cada vez más próxima de la ruptura nacional de España en la búsqueda interesadamente nacionalista de que el que reparta, parta en mejores partes. Y qué decir de los sindicatos: son guardaespaldas de una idea más que de un trabajador, dando la vida por él -al atragantarse con los bigotes de las cigalas de sus mariscadas- y velando por su sobresueldo mínimo interprofesional, mientras los ex Delphi pescan sombras en los muelles, los BAM son BUM y Salvador Mera busca loft en alquiler en una cárcel en Lampedusa, enjaulado cual un hipotérmico inmigrante ilegal más.