ESTÁ POR VER
Es una lástima, pero la presentación de los Presupuestos Generales es siempre terreno abonado para la demagogia
Actualizado:Los Presupuestos Generales del Estado son la plasmación concreta en cifras de las políticas que el Gobierno piensa acometer a lo largo del próximo año. Por eso son más representativos de sus verdaderas intenciones que todos los discursos y todas las declaraciones que se hacen a lo largo y ancho del ejercicio. En ese sentido, resulta una práctica cuando menos curiosa la que seguimos vez tras vez. Esa que consiste en discutir a muerte las intenciones de los partidos en el poder -cuando se presentan los Presupuestos al Parlamento- y dejar pasar desapercibidos sus resultados cuando se hace el descargo de los mismos una vez finalizado el período en cuestión. Pienso que debería ser más bien al revés; resulta mucho más lógico. Algo así como «usted, que ha ganado las elecciones, gobierne y decida, pero venga luego a explicarme lo que ha hecho, los objetivos cumplidos y las metas fallidas». Pues no.
Quizá sea por eso que el debate está siempre rodeado de una tupida serie de lugares comunes y de prejuicios anclados que se repiten como un mantra, año tras año, sin que nada cambie. Por ejemplo, el Gobierno que los redacta los califica como la antesala del paraíso. Las cuentas son siempre claras, austeras y también eficientes. Para la oposición, por el contrario, son una muestra de incapacidad, la ratificación del descontrol y el resumen del despilfarro de un Ejecutivo inútil. Repasen los debates de los últimos -muchos- años y encontrarán pocas variaciones en este guión, gobierne quien gobierne y oposite quien oposite.
Sin embargo, desde el principio de la crisis actual y, más en concreto, desde la llegada de Rajoy a la presidencia, se han añadido nuevos mantras. Para los socialistas, el Gobierno insiste en plantear unos Presupuestos que no solo resultan inútiles para sacarnos de la crisis, sino que también son injustos en el reparto de unas cargas abusivas por culpa de unos recortes inaguantables. Tan inaguantables que solo se habla de ellos y con ellos se llenan las calles de indignados de todos los sectores. De momento, se volverá a congelar por cuarto año consecutivo el sueldo de los trabajadores públicos. Nada, o muy poco, se dirá de la situación real de nuestras cuentas. Por ejemplo, nada del déficit interminable. Nada de los 47.579 millones de euros en los que los gastos superan a los ingresos hasta agosto. Nada de los casi 60.000 millones en los que incrementamos la deuda en el primer semestre. Una deuda que, por cierto, está a punto de alcanzar el mismo nivel que el PIB.
Es una lástima, pero los Presupuestos son siempre el campo mejor abonado para el cultivo intensivo de la demagogia. El Gobierno teme aplicar la dieta que necesitamos y la oposición no logra vencer la tentación de hacer sangre con el mensaje complaciente. Ese que tanto nos gusta oír y que tan poco eficiente es para arreglar el menor de nuestros males. Aquí nadie quiere perder algo, aunque todos sepamos que ya hemos perdido mucho. ¿Los impuestos? Que se los suban a quienes ganen un euro más que yo. ¿Los gastos? Que los recorten a los que pesan un gramo menos que yo. Es comprensible, pero es imposible. Así no cuadra.
Perdonen que me repita, pero en la España de hoy necesitamos al frente del Gobierno a un reformador radical, como lo fue en el siglo pasado, el general Atatürk al otro extremo del Mediterráneo. En cambio, aquí tenemos a un funcionario temeroso al frente de la nave. Así que no podíamos esperar grandes cambios ni propuestas audaces. Y estos Presupuestos no los traerán. Habrá que conformarse con salir despacito del atolladero..., si es que verdad salimos, cosa que todavía está por ver.