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Moral y luces

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Al concebir Simón Bolívar aquel idilio de fundar la Gran Colombia, sueño de dictador altivo, la que aglutinaba las hoy Naciones de Bolivia, Ecuador, Panamá, Perú, Venezuela y la propia Colombia, acuñó el apotegma de 'Moral y luces' para convocar desde éste aquella epopeya bonapartista. Citaba a la moral entendida como costumbre tradicional y a la lucidez como racial talento. No suelen los caudillos andarse por las ramas a la hora de instar a la Nación a comportarse ejemplarmente hasta incluso las lindes de la inmolación heroica. Resulta sencillo pedirle a un pueblo que derrame sus sangres por los cauces yermos de la estulticia. Por las torrenteras de la francachela mesiánica que les baila el agua desde la basa del atril de arengas.

Para exigir moralidad hay que ser ejemplarmente decentes. Para exigir conocimiento hay que haberse ocupado de educar previamente. No existe moral sin ética ni luces sin escuelas. Y así, el gobernante debe curtirse en la abnegación del trabajo, en la obediencia, en la productividad, en el liderazgo creativo mucho antes de convocar a las urnas al votante para que sometidos y sumisos, comprados con subsidios licenciosos, incluso delictivos, les garanticen su espurio porvenir. No suele ser costumbre la moral aún cuando ello suponga una negación esencial, una discordancia conceptual, porque lo que se acostumbra es obrar desde la torpe patraña; desde la maquinación del obcecado egoísmo.

Pareciera que la macroeconomía empieza a comportarse con menor dramatismo, con menor propensión al batacazo caótico, pero de aquí a que esa bonanza se aposente en los monederos de nuestras amas de casa beneméritas, queda un largo trecho. Y para que ese largo trecho se acorte debe incrementarse la moralidad, debe imperar la decencia altruista, y, simultáneamente, debe manar desde la fuente impetuosa de la educación y la formación el impulso de la razón y el razonamiento como dinamizadores de la nueva vida de aquellos colectivos atribulados que padecen los abusos de la inmoralidad y las cegueras de la ignorancia. Nada nos resultará más reconfortante que vivir circundados por la honorabilidad y la chispa luminosa del buen juicio.