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La dama de hielo se derrite

Los estrategas de la campaña aconsejan a la canciller compartir detalles de su vida privada para ser más Angela y menos Merkel

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Mi marido protesta pocas veces cuando le preparo el desayuno. Si acaso, se queja de que el pastel tiene poca miga para su gusto... después de todo, es hijo de un panadero». Esta frase, que parece provenir de un ama de casa sometida a su esposo o de un anuncio de bollería, es, en realidad, una revelación doméstica de la mujer más poderosa del mundo –siempre según Forbes–, Angela Merkel. La confesión, por más inofensiva que parezca, resulta revolucionaria en alguien como la canciller alemana, que a lo largo de su vida pública ha construido una verdadera fortaleza para defender su intimidad.

En cualquier caso, este cotilleo intrascendente podría entenderse si hubiera surgido en mitad de una entrevista distendida o en una conversación entre amigos. Pero no: aparece en un folleto electoral del Partido Democristiano Alemán (CDU), y eso ya es muchísimo más sospechoso.

El equipo de estrategas que rodea a Angela Merkel quiere asegurar su reelección para un tercer mandato en las legislativas de este domingo, y con tal objetivo se ha propuesto hacer de ella una mujer de carne y hueso, la única asignatura que tenía pendiente después de haber demostrado durante estos años de gobierno su capacidad de liderazgo y su eficacia en la gestión, virtudes que aprecian en sus líderes los votantes germanos y que le han valido para ganarse su confianza (las encuestas dicen que el 67% está satisfecho con su trabajo).

Se trata de una operación de cambio de imagen en toda regla que ha empezado por su propia página web. Merkel, siempre tan reacia a abrir las puertas de su casa a los extraños, comparte ahora sin problemas fotos de su infancia jugando con muñecas, de su adolescencia en campamentos de verano, o de su juventud, cuando las inquietudes políticas empezaban a arraigar en ella. Son imágenes que le dan pie a compartir datos confidenciales de su biografía. Así, cuenta, entre otras cosas, que disfrutó de una feliz niñez, que le gustaban las ciencias naturales porque comprendió que eran las únicas leyes en las que los dirigentes de Alemania Oriental no podían mangonear y que su primer matrimonio resultó un fracaso.

Sus apariciones públicas siguen el mismo guión. Esta primavera accedió a dejarse entrevistar por varias redactoras de la revista femenina ‘Brigitte’ en el teatro Máximo Gorki de Berlín. Nunca se la había visto tan simpática y cercana, y tan dispuesta a responder a cualquier cuestión. Ni siquiera tuvo que pensárselo mucho cuando le preguntaron qué es lo que más le atrae de un hombre. «Unos ojos bonitos», contestó.

Otra revista alemana, ‘Bild der Frau’, se encargó de exponer la cara más hogareña de la mujer que lleva las riendas de Europa y la siguió –con su consentimiento, claro– hasta la casita a las afueras de la capital donde pasa los fines de semana. Reveló algunos detalles interesantes, como que allí acostumbra a cultivar –con éxito– el jardín mientras escucha por la radio los partidos de la Bundesliga. Pero nada de flores. Como mujer práctica que es, siembra especies que merezcan la pena: fresas y patatas que luego puede comer con su marido, el profesor de Química Joachim Sauer.

Una canciller en el súper

No obstante, es difícil acusarle de impostura. Ella no pertenece a esa especie de político que se enfunda un chándal y unas zapatillas para hacer creer que practica deporte cuando en realidad es un vago de siete suelas. Cada nuevo detalle que sale a la luz lleva impreso el sello de la autenticidad, aunque no siempre lo merezca.

El año pasado, el diario ‘Bild’ publicó unas fotos de Merkel haciendo la compra en un supermercado. ¿Es creíble que la sorprendiesen en la tarea? Pues sí, aunque no tanto que acabaran enterándose de qué productos adquirió (vino blanco, col, pimientos y aceitunas). ¿Hablamos de manipulación? Quizás no haya que ser tan tajantes: se sabe que la jefa del Gobierno alemán prefiere cocinar y comer en casa los sábados y los domingos siempre que tiene ocasión, así que, cada viernes, durante muchos años, dejaba escrita la lista de productos que necesitaba y que su esposo se encargaba de conseguir. Otra prueba de la voluntad del matrimonio de seguir con su vida de siempre es que ni siquiera se mudaron a la pomposa residencia de la Cancillería a disposición de los jefes de gobierno, y prefirieron seguir en su apartamento, ahora con un policía vigilando la puerta.

Poco antes del inicio de la campaña electoral, Angela Merkel visitó el colegio Heinrich-Schielemann, en Berlín Este, donde se convirtió en improvisada profesora de historia contemporánea. Ante un auditorio de jóvenes alumnos cautivados, la canciller contó lo que ella hacía a su edad y cuáles eran sus asignaturas favoritas –los idiomas, el alemán y las matemáticas–. Probablemente también contase cómo vivió el derribo del muro de Berlín. El 9 de noviembre de 1989, la noticia no modificó su rutina, que la llevó a su periódica sauna. Fue al salir, ya de camino a casa, cuando se sumó a la muchedumbre que cruzaba al sector occidental. Allí, se tomó una cerveza y regresó sin hacer más aspavientos.

Hace tan solo unos días volvió a hacer gala de esa misma flema durante un mitin de campaña celebrado en Dresde. Mientras se dirigía a sus votantes desde la tribuna pudo ver cómo un avión teledirigido se iba acercando a ella hasta acabar aterrizando a un par de metros. Alguien un poco más histérico podría haber pensado que se trataba de un ‘drone’ cargado de sustancias maléficas o potentes explosivos; ella, en cambio, no perdió su sonrisa beatífica mientras el aparatejo –una broma del Partido Pirata– tomaba tierra.

Un libro recientemente publicado, ‘Das erste Leben der Angela M.’ (La primera vida de Angela M.), mostraba a otra Merkel desconocida, aquella que en los 80 era responsable de cultura de las juventudes socialistas en la Academia de Ciencias de Berlín y no parecía muy incómoda con el régimen comunista de la RDA. En una ocasión le preguntaron por aquellos tiempos a la canciller. Ella volvió a exhibir su proverbial calma y respondió con una frase que también sirve para explicar sus últimos cambios: «Sencillamente, me adapté».