Cuando la desesperación puede más que la crisis
La dureza del invierno en las montañas rifeñas empuja a los inmigrantes a tratar de atravesar la frontera marroquí en septiembre u octubre Los asaltos a la frontera de Ceuta y Melilla prueban que España es aún la «puerta del paraíso» para miles de subsaharianos
SEVILLA.Actualizado:Una tromba de inmigrantes subsaharianos sorprendía el pasado martes a los guardias civiles que custodian la frontera entre Ceuta y Marruecos en la playa del Tarajal, un endeble espigón donde el agua apenas llega al pecho. Todavía en el mar y pertrechados con neumáticos y cinturones de botellas de agua a modo de salvavidas, porque la mayoría no sabe nadar, empezaron a entonar un estremecedor «oé oé» cuando comprobaron que quedaban bajo tutela española. Un canto de victoria pese a que sus posibilidades de prosperar en una España en crisis son nulas. Para ellos, es la primera etapa en su carrera hacia una nueva vida.
«Saben que estamos mal, que no hay trabajo, pero la situación nuestra siempre es mejor que la suya», sintetizan los voluntarios que trabajan tanto en Ceuta como en Melilla con los inmigrantes. Se comunican por internet a través de las redes sociales y no son ajenos a las dificultades para encontrar un trabajo en nuestro país. Pero desde las ONG tratan de desmontar el mito. «No se quedan en España, esto es solo la 'puerta del paraíso' de Europa», explica Halid, coordinador de Acción Social de Cruz Roja en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta. «Aquí -prosigue- buscan la forma de reunir dinero para marcharse a Francia o Alemania, donde tienen familiares y saben que hay más opciones».
España se convierte por tanto en un paso más del largo camino desde que abandonaron sus países. Desde Cruz Roja o Andalucía Acoge explican que el flujo migratorio es cambiante y que no cesará mientras no se solucionen los problemas en la zona. Así, entre los inmigrantes que han conseguido atravesar la frontera de forma ilegal abundan ahora los desplazados por los conflictos bélicos en Costa de Marfil, Congo, Malí o más recientemente Siria, aunque cuesta que desvelen sus orígenes por temor a ser deportados. Lo que sí han notado las ONG en los últimos años es un incremento de personas provenientes de países francófonos en desmedro de los anglófonos. Hay hasta vietnamitas, y aunque por problemas de idioma es difícil averiguar los motivos de su huida y cómo han llegado a la frontera con Marruecos, se intuye que detrás está la trata de seres humanos.
Su odisea no dista mucho de la de sus compañeros, con años de larga marcha atravesando un convulso continente africano en medio de todo tipo de penalidades y vejaciones, mayores aún si son mujeres. «A nosotros nos cuesta trabajo marcharnos en busca de empleo a otro país», explica Halid, «pues imagínate sin documentación ni medios económicos, dejando atrás tu familia, tus amigos, tu vida, para llegar a un país donde no sabes qué te espera».
Las oenegé coinciden en que su situación se agrava en Marruecos, último tramo del viaje, donde al racismo contra los subsaharianos se suma la presión policial fruto del acuerdo entre el reino alauita y la UE para frenar la inmigración irregular. De la violencia de los gendarmes marroquíes, y en menor medida de los agentes españoles, queda constancia en el último informe de Médicos Sin Fronteras, 'Atrapados en Marruecos': «El abuso de los derechos humanos fundamentales, la violencia, el trato vejatorio y el significativo daño médico y psicológicos son consecuencias directas de la nueva etapa de las relaciones hispano-marroquíes y la excelente cooperación en materia de seguridad».
Argelia, casilla de salida
Los inmigrantes intentan conseguir dinero en Marruecos para costearse el salto a la península, pero a veces aguardan hasta dos y tres años, y acaban frustrados, desesperados y atemorizados por las constantes redadas. Las asociaciones hablan de una bolsa de hasta 15.000 inmigrantes distribuida por todo el territorio marroquí intentando llegar a la frontera y dar el salto a una vida mejor. Si son detenidos, son expulsados a Argelia, una especie de «casilla de salida» desde la que vuelven a empezar el periplo. Si logran eludir a los gendarmes, se refugian en los bosques fronterizos de las dos ciudades a la espera de una oportunidad, organizados por comunidades.
Desde la Delegación del Gobierno en Ceuta señalan que ahora podría haber unas 600 personas refugiadas en los alrededores de ambas ciudades. Hasta principios de septiembre, habían conseguido entrar a Ceuta 874 indocumentados, según los cálculos oficiales, muy por encima de los 395 contabilizados en 2012. Pese a los intentos de los últimos días, más de 200 inmigrantes entre ambas ciudades, los expertos apuntan a que la situación no llega a ser como en 2005, cuando se vivió uno de los momentos más tensos del conflicto migratorio que se saldó incluso con varios muertos a ambos lados de la valla fronteriza. Entonces se descubrieron auténticas ciudades escondidas en el bosque que fueron arrasadas por los gendarmes marroquíes.