CON EUROPA A CUESTAS
«A nadie como a Alemania le interesaba el proyecto de una Europa unida, porque nadie se lo merecía menos. Y los aliados fueron generosos. Alemania lo entendió durante mucho tiempo. A Merkel, venida del Este, se le ha nublado la memoria, como a muchos de los alemanes que votan por ella»
Actualizado: GuardarEl éxito electoral de los democristianos bávaros despeja el panorama de Angela Merkel. Es verdad que su previsible triunfo viene empañado por algunos nubarrones. Su socio actual, el FDP, puede quedar fuera del Bundestag; el líder bávaro, Horst Seehofer, calificado por el Süddeutsche Zeitung de «vital y brutal», ha prometido hacer valer su conservadora política social en Berlín. Y no falta quien le recuerda lo que le ocurrió en 2005, cuando todas las encuestas pronosticaban una victoria aplastante y acabó ganando por un cuerpo.
Pero a día de hoy nadie duda de la victoria electoral de la CDU. La mayoría de los electores alemanes reconocen en su presidenta tres virtudes que la hacen imbatible. De ella se dice que lo sabe todo, que habla lo justo y que sabe decidir en el último momento. Lo sabe todo, efectivamente, de primera mano. No hay más que ver cómo se comportan los presidentes de España, Italia, Grecia o Portugal cuando la visitan. Como todo el mundo la necesita, nadie le regatea nada y todos se entregan generosamente. Razón tienen en decir que no habla mucho pero lo decide todo y siempre pensando en el buen alemán, ése que trabaja duro, no vive por encima de sus posibilidades y deposita sus ahorros en bancos de toda confianza. Merkel vela por ellos.
Hay acuerdo en afirmar que lo único que podría cambiar los pronósticos es Europa, algún sobresalto proveniente de la UE que obligara a Merkel a tomar decisiones comprometedoras. Europa ha pintado poco en la campaña, para no asustar, pero Europa es el verdadero campo de batalla de la política alemana por dos razones: una política y otra, moral.
Hasta la reunificación, en efecto, Alemania era un gigante económico y un enano político. Adenauer iba siempre un paso detrás de De Gaulle y cancilleres como Willi Brandt o Helmut Schmidt aceptaban la primacía de Mitterrand. Alemania se dedicaba a lo suyo, a fabricar el 'milagro económico' bajo tutela y ayuda de los aliados. Eso se acabó con la caída del Muro de Berlín y de ello nos hemos enterado bien al ver cómo la Comisión Europea gestionaba la crisis: con criterio alemán, pensando sobre todo en lo que el mundo le debía. Esta obsesión con la deuda ha conseguido el favor de los electores y el empobrecimiento de los países deudores. Alemania ha hecho valer políticamente su peso económico. Muchos son los que piensan que Merkel ha ido tan lejos que todo se le puede volver en contra. El discurso, propiciado desde el poder, de los 'Sudländer' (los países del sur) vagos y derrochones, está vaciando los bolsillos de quienes antes compraban sus preciosos coches.
Pero Alemania está unida a Europa, sobre todo, por razones morales. Como decía Jorge Semprún, «la Unión Europea nació en los campos de concentración». Aquella brutal experiencia inspiró en algunos grandes políticos de la posguerra la idea de una Europa unida. A nadie como a Alemania le interesaba aquel proyecto porque nadie se lo merecía menos. Y los aliados fueron generosos con un país que les había declarado la guerra y la había llevado a cabo con un grado de inhumanidad nunca conocido.
Alemania lo entendió durante mucho tiempo, uniendo su destino a la construcción de la nueva Europa. Helmut Kohl lo tenía bien claro cuando se discutió en Alemania la creación de una moneda única. Los alemanes veían tan lejos de su poderoso 'deutsche mark' la peseta, el dracma o la lira que se resistían. Kohl se impuso, pero no con un razonamiento económico sino moral: «Prefiero una Alemania europea a una Europa alemana». Ese lenguaje no es el que habla Merkel, aunque fuera en un tiempo su ahijada política. A Merkel, venida del Este, se le ha nublado la memoria como a muchos de los alemanes que votan por ella. Lo preocupante es que ya no hay nadie en Europa con autoridad para recordar a los políticos germanos de dónde vienen. Prometió hacerlo el francés Hollande pero sus problemas económicos le obligaron a consultar al oráculo de Berlín, que le hizo enmudecer. Hasta que Merkel no se crea de verdad que Europa no es un problema sino una gran oportunidad, sobre todo para Alemania, si quiere librarse de sus demonios familiares, no saldremos del túnel.