El papa Francisco, durante la audiencia general en la plaza de San Pedro que celebró el miércoles. :: CLAUDIO PERI / EFE
Sociedad

«El edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes»

El papa Francisco declara a la revista de los jesuitas que ha pecado de excesos autoritarios y alega que nunca ha sido de derechas

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Francisco considera que las enseñanzas de la Iglesia no son un conjunto de doctrinas «para imponerlas insistentemente». La declaración, muy seria viniendo de donde viene, la ha realizado el Papa a 'La Civiltá Cattolica', la emblemática revista de los jesuitas, que ha sido reproducida por otras quince publicaciones de la Compañía de Jesús en todo el mundo, entre ellas la española 'Razón y Fe'. «El edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio», reconoce el pontífice, que se manifiesta con mucha libertad y de manera muy abierta. En muchos momentos se baja del pedestal y del dogmatismo -expresa su miedo a los que están tan seguros- con formulaciones brillantes. Sus declaraciones se extendieron como la pólvora a las cinco de la tarde, cuando los jesuitas levantaron un embargo que habían mantenido casi en secreto.

Francisco no rehúye temas controvertidos, como la cuestión de los cristianos que viven situaciones irregulares para la Iglesia, los divorciados vueltos a casar, parejas homosexuales o el aborto. El Papa pide tener siempre en cuenta a la persona. «Tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes curando todo tipo de heridas. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos 'heridos sociales', porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo le respondía con otra pregunta: 'Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la condena? En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia».

También expresa la misma actitud en episodios de aborto, que ha de evaluarse en cada caso, antes de sostener que el confesionario «no es una sala de tortura», sino un lugar de misericordia. Pese a todo, Francisco señala que «no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto».

Otro de los temas polémicos en los que entra es el referido al papel de la mujer en la Iglesia. Aunque teme el 'machismo con faldas', Francisco defiende que la mujer es «imprescindible» para la Iglesia y apuesta por una mayor presencia femenina, más incisiva: «Es preciso profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. En los lugares donde se toman las decisiones importantes es necesario el genio femenino. Afrontamos hoy este desafío: reflexionar sobre el puesto específico de la mujer incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia», sostiene.

Y en esta tarea lanza un mensaje a «los ministros» del Evangelio: «El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ni 'clerigos de despacho'. Los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia», advierte. También afirma que la Iglesia «es la casa de todos, no una capillita en la que cabe solo un grupito de personas selectas». Y es duro en esta reflexión. «No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad. La Iglesia es madre. La Iglesia es fecunda, debe serlo. Mire, cuando percibo comportamientos negativos en ministros de la Iglesia o en consagrados o consagradas, lo primero que se me ocurre es: 'un solterón', 'una solterona'. No son padres ni madres. No han sido capaces de dar vida». Sobre los religiosos el Papa subraya que «son profetas», pero les reclama una actitud más activa, una actitud profética que a veces «crea alboroto, estruendo» y que «anuncia el espíritu del Evangelio».

Y va más allá. «Los votos no pueden acabar convirtiéndose en caricaturas, porque cuando así sucede, por ejemplo, la vida de la comunidad se vuelve un infierno y la castidad una vida de solterones».

Defectos

El Papa reconoce que ha aprendido de las dificultades vividas en el pasado cuando siendo muy joven y en un contexto difícil se convirtió en superior provincial de los jesuitas. «Mi gobierno como jesuita, al comienzo, adolecía de muchos defectos. Yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista. Al final, la gente se cansa del autoritarismo. Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de conservador», admite. «No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derechas», confiesa con humildad sobre una metedura de pata en su día, que ahora se convierte en una revelación valiosísima.

Reclama una Iglesia que salga de sí misma. «Busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor».