El tormento del criminal de Washington
La Policía avisó a la Marina de los trastornos de Aaron Alexis, luego de que éste contara a los agentes que oía voces que salían de las paredesXxx xxx xxx xxx xxx xxxp
Actualizado:Antes de comprarse la escopeta con la que mató a doce personas, Aaron Alexis había pedido ayuda a los cuatro vientos para acallar las voces que le martirizaban, incluyendo a la Policía. Fue la de Rhode Island la que informó a la Marina de que uno de sus trabajadores tenía alucinaciones, pero eso no impidió que Alexis siguiera trabajando en sus instalaciones, con un pase de alta seguridad que el lunes le permitió moverse ágilmente por el edificio 197 del Navy Yard, donde disparó durante media hora antes de caer abatido.
«No sé por qué lo hizo, y ya nunca podré preguntarle», gimió compungida su madre al leer un comunicado de pésame a las víctimas, consolada por dos sacerdotes. «Aaron está ahora en un lugar donde ya no puede hacer daño a nadie, y de eso me alegro».
No tenía que haber sido así. Aquella noche del 7 de agosto en Newport (Rhode Island), el joven de 34 años se cambió hasta tres veces de hotel para huir de las voces que salían de las paredes, pero no consiguió darles esquinazo. Cuando ya no pudo más, llamó a la Policía. El joven que encontraron en la habitación 405 del Marriott Residence Inn negó haber estado nunca bajo tratamiento psiquiátrico, ante las miradas de pócker de los agentes. Les contó que en el aeropuerto de Virginia había discutido con un desconocido, y que éste, en venganza, había mandado a tres personas a perturbar su sueño hablándole sin parar y enviando vibraciones a su cuerpo con una máquina de microondas. Eran, les dijo, dos hombres negros y una mujer, también de color.
Pastillas para dormir
Cuando el sargento de Policía leyó el informe al día siguiente, comprendió que debía avisar a la Marina. Llamó personalmente a una de las cuatro bases militares en las que Alexis trabajaba en esos momentos e incluso envió el informe por fax. No se sabe si eso fue lo que indujo a Alexis a buscar ayuda en un centro médico para veteranos de la zona, pero lo único que hizo el psiquiatra fue mandarle pastillas para dormir.
Dos semanas después, ya en Washington D. C., a donde le había trasladado su compañía para trabajar en las instalaciones centrales de la Marina, conocidas como Navy Yard, se le acabaron las pastillas y volvió al médico. El psiquiatra le recetó otra dosis del antidepresivo Trazodone que se prescribe para dormir, pero nada para el otro problema que anotó en su diagnóstico: paranoia.
El sábado, Alexis alquiló un coche y se fue a una armería de Lorton (Virginia), a media hora de su hotel. Quiso comprar un rifle AR-15 automático con el que sin duda hubiera causado muchas más muertes, pero las leyes estatales impiden vender ese tipo de rifles a clientes de fuera del estado. Sin embargo, su expediente policial apareció limpio, a pesar de haber sido detenido en tres ocasiones por incidentes con armas de fuego. Con eso y el carné militar, el dependiente no dudó en venderle un Remington 870 con dos docenas de balas, que dos días después Alexis guardaría desmontado en una mochila para entrar en una de las instalaciones militares más seguras del país. Antes de irse, alquiló un rifle e hizo prácticas de tiro, como las que pareció llevar a cabo el lunes.
En la culata del rifle había grabado frases extrañas que investiga la Policía como «mejor quítate de en medio». Él sabía dónde quería estar. Subió directamente al cuarto piso y se parapetó en el atrio, desde donde abrió fuego contra sus víctimas sin que fuera fácil dilucidar de dónde venían los disparos. Cuando vio que se le acababa la munición, bajó de nuevo al primer piso, acabó con la vida de un guardia de seguridad y volvió a subir para seguir matando con la pistola de 9 mm que le quitó. La mayoría de las muertes, sin embargo, las causó con el rifle.
Los investigadores están perplejos. En estos casos, dicen, el pistolero busca a alguien concreto y luego simplemente sigue disparando a diestra y siniestra. Esta vez, sin embargo, no han encontrado a nadie que pudiera ser su diana inicial. Tal vez la voces salieran de las paredes. O de su cabeza.