opinión

Geognosia

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Si así como la geognosia se ocupa de la composición, la estructura y disposición de las rocas que configuran la Tierra, debiera existir otra ciencia pareja, una similar lógica, para ocuparse de la morfología del carácter de la raza humana y su comportamiento, de su composición, estructura y disposición y, sobre todo de sus vaivenes fenomenológicos, que debería llamarse ‘ethognosia’, licencia etimológica que no admite la lengua española mas sí curiosamente la convecina lengua portuguesa, siempre tan sutil. Siendo como fuere, debieran ordenarse y regularse las gamas de razones y razonamientos que expliquen el cómo y el por qué tiende naturalmente la especie humana a la creación. Ya fuera debido a un sino, a un destino, a un vaivén azaroso, el doctor Gregorio Marañón aseguraba que «el ser humano existe para crear».

Para crear, para engendrar, para parir, para amar, para complicarse la vida buscando la hermosura de reflexionar con el corazón escindido entre dos borbotones de dudas, manando sangre fértil por miríadas de caudales, aquellos de la lágrima, aquellos del sudor, aquellos del húmedo requiebro trémulo, estupefacto. La ‘ethognosia’, puesta a existir como licenciosa cortesana impúdica, debiera pues evaluar si el hecho de aceptar el mandato de nuestra Redacción de cambiar el formato de esta colaboración por otro mucho más voluminoso, aunque quincenal, no resulta ser por mi parte una crasa irresponsabilidad y, peor aún, un acto irrespetuoso para con nuestra cabecera.

Pero como el acto creativo debe ser audaz, debe basarse en el riesgo, en el peligro que supone la propensión al natural yerro, ruego entienda nuestra Redacción y nuestros lectores, que asumo este nuevo ciclo de colaboraciones con el mismo compromiso leal y afectivo con que lo asumí hace ya muchísimas semanas, intentando que los dos mil doscientos veinte vocablos de este formato no hagan más notorias las lagunas de mis conocimientos, más propios de un vasto empirismo existencial hedonista y epicúreo, que de una formación pausada y pautada por la formación convencional.

Escribir supone existir con colmo, desbordarse en el riesgo de aproximar el tropo literario al ascetismo del formato periodístico, con el fin de compendiar la hermosura formal calificativa a la concisión quirúrgica de la certera comunicación. Mas si el existir con ese colmo y reboso ya me era complejo en el formato de las cuatrocientas sesenta palabras, más complejo me resultará redondear historias con vocación de moralinas barrocas en esos colmos. Pero un mandato es un mandato aún cuando lo acate un aficionado al existir con compromiso, que es mi caso, un navegante curtido en el descenso de las torrenteras del afecto y el respeto a quienes se ocupan de hacer periodismo genuino, en papel y digital, a los que pido perdón por mi cándido intrusismo. Volvemos a abrazarnos en los nuevos riesgos formales y de fondo.