ANDALUCÍA

LA UTOPÍA Y LA MODESTIA

De cómo el PSOE-A recuperó la ilusión y José Antonio Griñan emprendió la retirada

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El único toque literario del discurso de investidura de Susana Díaz se contenía en el párrafo final, cuando la entonces candidata dijo que aspiraba a la utopía y a la modestia. Singularmente, esas fueron las dos caras del fin de fiesta ayer, en la segunda jornada de debate que concluiría con la votación.

Utopía para mantener los sueños, dijo. Es el sentimiento que recuperaron los suyos, que en la primera jornada parecían noqueados, aplaudían con escasa convicción y mostraban una inquietud, una falta de alegría, que no se correspondía con el teórico «momento histórico» del «tiempo nuevo» e «ilusionante» en lucha «contra el pesimismo». Cuando Susana Díaz subió al atril a dar la réplica a Juan Ignacio Zoido y comenzó, sin papeles, a rebatir una a una las objeciones del líder de la oposición, las caras de los 'culiparlantes' socialistas se iluminaron y volvieron a sentir «el pellizco» de su candidata, como si fuera un cante jondo bien sentido. Esa era su Susana, que se la habían cambiado.

Después de usar un tono deliberadamente pausado e institucional en el discurso de investidura, y hasta de evitar el sonido-mitin ante el comité director del pasado jueves 29, la presidenta andaluza lució todas sus armas y se ganó el puesto. Momento de oro, cuando aceptó la mayor a Zoido, que venía repitiendo su falta de legitimidad por no haber sido elegida en las urnas: «Tiene razón, replicó Susana Díaz, pero usted tampoco», ya que quien se presentó a las elecciones por el PP-A fue Javier Arenas, que asistía dos filas atrás con cara de póker a la hecatombe de su presidente andaluz. Un colega periodista pidió en Twitter que la bancada popular tirara la toalla, ante el excesivo castigo infligido a su púgil.

Se notó la euforia en el bar, donde tuvieron que hacer mejor caja que el día anterior, cuando todos salían mustios, y se notó en los alrededores del salón de plenos, que la ya presidenta recorrió entre una marea de fans, sí, se les puede llamar fans, y hasta 'muy fans'. Besos, abrazos sin parar hasta llegar a la escalera que sube a su despacho, donde le rodearon las mujeres de su partido que nada más terminar la votación se colocaron unas pegatinas violeta: «Todas somos presidentas», repartidas por la presidenta del PSOE andaluz, Amparo Rubiales.

Un gesto curioso, insólito hasta ahora, que revela que a los socialistas se les está pegando más de lo que reconocen el estilo de sus socios de Gobierno. Los de IU llevan dos días con el lema 'No a la guerra en Siria' en sus solapas.

Del otro lado queda la modestia. Estoy segura de que la presidenta, o al menos Máximo Díaz- Cano, secretario general de la Presidencia con Griñán y gran muñidor de su discurso, ha leído el libro de Enric Juliana 'Modesta España', que puso de moda hace poco esta virtud tan 'vintage'.

Pues comienza Juliana recordando el pasaje del encuentro del Quijote con el Caballero del Verde Gabán. Don Diego de Miranda mira al ingenioso hidalgo, derrotado por el Caballero de la Blanca Luna,y le dice:

-¿Adónde va vuesa merced?

-A la modestia, responde el hidalgo.

Era esa la viva imagen de José Antonio Griñán, quijotesca figura más que nunca en su despedida de ayer, camino de la modestia, como don Alonso Quijano.

En su despacho

Griñán pasó su última mañana como presidente en funciones en su despacho del Parlamento. Llegó a la hora fijada, las diez de la mañana, y no quiso entrar en el salón de plenos para que Susana Díaz se sintiera completamente libre en sus intervenciones, sobre todo si se producían, como era de prever, ataques por parte del líder de la oposición hacia el dimisionario. El ahora presidente del PSOE, futuro senador autonómico, y secretario general del PSOE-A y parlamentario andaluz, no se sabe por cuánto tiempo, no ha querido interferir en ningún momento del proceso de investidura y hasta en el comité director renunció a hablar para no restar protagonismo a su sucesora.

La delicadeza de Griñán habla de su personalidad mesurada y del cálculo con que desarrolla sus actos. El gesto recuerda una escena del 'Lincoln' de Spielberg, cuando la esclava negra se retira de la tribuna de invitados, en el momento culminante del debate abolicionista, para evitar condicionarle en un momento político crucial.

Así, quijotesco Griñán hasta el final, la actuación del «jefe» facilitó la escena final, esa apoteosis de la 'lideresa'con los suyos.

Entró en el salón de plenos a la hora fijada para votar y sólo pudo escuchar la última intervención de su peculiar Eliza Doolitle, a la que después aplaudió y besó para quedar en un segundo plano, como Guardiola cuando los suyos ganaban las copas.

Luego fue despidiéndose de cuantos se le acercaron. Parecía más que nunca el Caballero de la Triste Figura, aunque quisiera ahuyentar la amargura de haber sido tratado de manera injusta. Como Quijano en Barcelona podría decir: «Aquí mi desdicha y no mi cobardía se llevó mis alcanzadas glorias». Como él, puede hallar la victoria en el fracaso, hasta que actúe el tiempo «reparador».