opinión

Cádiz de garrafón

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La noticia de que la Guardia Civil se había incautado de 3.200 botellas de falso ron ‘Legendario’ en Bornos me alegró la mañana. No sólo porque se quite ese veneno de circulación –que seguramente habría acabado tarde o temprano en mi gaznate–, sino porque servirá para que todos aquellos que dicen que el garrafón no existe guarden un prudente silencio. Porque sí señores, todavía hoy (especialmente en estos domingos) hay quien afirma que el garrafón en los bares es una leyenda urbana tan falsa como la chica de la curva o la invención de pruebas de la CIApara atacar algún país con petróleo.

Y ya que está naciendo septiembre y con él el nuevo curso, no estaría de más que aprovecháramos para ir acabando con el garrafón en todos los ámbitos. Porque Cádiz, vaya por Dios, se está convirtiendo en una experta en sucedáneos de ponzoñosa naturaleza. Garrafón en la hostelería y su «la cocina está cerrada» a las 23.10 con el bar lleno de gente (y sus camareros que confunden ser simpático con ser un perfecto maleducado); garrafón en las comunicaciones, por tren (¿cómo es posible que se tarde más en llegar a Sevilla ahora que hace 13 años), avión y carretera; garrafón en unos servicios públicos que nos hemos resignado que tienen que ir a peor y que nunca van a mejorar...

Pero lo más preocupante, y es donde la Guardia Civil, la Policía, Batman y hasta el mismísimo Dartacan (sí, sí, el perro) deberían intervenir, es en el garrafón que ha calado en nosotros. Somos una versión de mala calidad de nosotros mismos, sea por la crisis, sea por el hartazgo y resignación que nos ha producido su gestión por parte de nuestros políticos, jueces, sindicatos y periodistas. Hemos pasado de diseñar sueños vitales a apuntalar siestas de tratar de llegar a fin de mes y de dar unas clases de inglés. De querer despegar como una de las grandes capitales del sur a suspirar porque no nos lleve la marea del día a día. Nos estamos volviendo garrafón, y eso se nota en nuestro sabor, en nuestro olor, en nuestra manera de andar por la calle. En que todo es como un dolor de cabeza de una mala mañana de resaca de domingo.