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La rebelión parlamentaria desarma la débil estrategia de Cameron por la intervención

Es la primera vez que el Gobierno británico ve rechazada una moción de este tipo desde 1782, durante la guerra de independencia de EE UU

ÍÑIGO GURRUCHAGA CORRESPONSAL
LONDRES.Actualizado:

El primer ministro británico, David Cameron, afirmó ayer que seguirá proponiendo «una respuesta robusta» al Gobierno de Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU, en la UE, en el G8 o el G20, porque «es importante que se mantenga el tabú internacional sobre el uso de armas químicas». Pero reiteró que descarta la participación de Reino Unido en operaciones militares tras el voto del jueves en la Cámara de los Comunes. Por 285 votos contra 272, los diputados rechazaron la moción del Gobierno que proponía esperar al informe de los inspectores de la ONU y votar de nuevo la próxima semana. Los laboristas añadían en su moción que apoyarían la intervención militar si se presentaban «pruebas convincentes» de la autoría de la masacre del 21 de agosto por el Gobierno de Damasco. Esa moción fue derrotada por 332 contra 220.

La conclusión sorprendente fue que Cameron aceptó que el Parlamento había rechazado la intervención militar -la primera vez que un Gobierno británico no recibe el apoyo en una decisión de este tipo desde 1782, durante la guerra de la independencia de Estados Unidos- a pesar de que las mociones del Ejecutivo y de la oposición respaldaban las operaciones militares con condiciones. La derrota de Cameron se fraguó por el voto contrario de todos los escaños laboristas y la deserción de 30 diputados conservadores y 11 de sus socios de coalición, los Liberal Demócratas. «¡Vergüenza! ¡Vergüenza!», decía a los disidentes el ministro de Educación, Michael Gove. «¡Os ponéis del lado de El-Asad!», clamaba. Antes, en una conversación telefónica, Cameron había reprochado al líder laborista que se alineaba con Rusia.

La gestión parlamentaria del Partido Conservador no fue buena. Confiaba en ganar el voto sobre una moción de compromiso, pero en la Cámara de los Lores, donde se desarrollaba un debate sin votación, las voces contrarias a la intervención unieron a ex ministros de Defensa -Douglas Hurd (conservador) y John Reid (laborista)-, a ex jefes de Estado Mayor de la Defensa y del Ejército, a diplomáticos. Los argumentos de los lores, donde el Gobierno hubiese perdido un voto, replicaban con más frialdad los que se oyeron en los Comunes: la ausencia de un plan militar convincente más allá de lanzar misiles de castigo, la falta de análisis sobre las consecuencias para los oprimidos por El-Asad, la desconfianza en unos rebeldes entre los que abundan 'yihadistas'...

Temor y resentimiento

El columnista 'Bagehot', en The Economist, resumía así lo ocurrido: «Se habló, por una vez en la política británica, del punto más importante. El Parlamento votó contra el posible lanzamiento de misiles contra Siria expresando la combinación de temor, resentimiento, sospecha y furia heredada por el fiasco de la implicación militar en Irak. Fue un gran momento en la historia del poder militar británico».

John Bew, en The New Stateman, de orientación laborista, afirmaba, bajo el título 'La humillación de Occidente', que la ausencia de una estrategia siria por parte de Barack Obama, reacio a la intervención, ha permitido que el laberinto de una guerra civil enrevesada se complique aún más, con nuevos actores, como Arabia Saudí, llenando el vacío. La humillación era ya inevitable, escribía Bew, incluso antes de que el Parlamento británico rechazase la intervención.

«Un catastrófico error de juicio», escribía Fraser Nelson en el conservador The Spectator. Cameron habría respondido a la llamada de Obama pidiéndole ayuda para movilizar a la ONU y crear una dinámica internacional hacia el bombardeo, precipitándose con una convocatoria urgente al Parlamento sin definir claramente los argumentos que lo justificasen.

«¡Dimisión! ¡Dimisión!», clamaban diputados laboristas hacia el escaño del primer ministro tras el voto. El Parlamento reivindicó su poder y los diputados representaron la opinión de sus electores, opuestos a la intervención en los sondeos. Pero 'Bagehot', en The Economist, concluía: «Al final, quizás no dañe mucho al primer ministro. Puede incluso que parezca elogiable que buscase hacer algo tan impopular por una cuestión de principios. Aunque no le sirva ahora de consuelo».

Otros han interpretado el voto como un cambio de tendencia en el afán bélico de los británicos. Pero sólo 13 diputados se opusieron a la intervención en Libia, cuando pareció realista usar la fuerza aérea para favorecer el derrocamiento del régimen. Y la profunda alianza estratégica con Estados Unidos ya sobrevivió a las diferencias sobre la crisis de Suez o la guerra de Vietnam.