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HOJA ROJA

El país de las maravillas

YOLANDA VALLEJO
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Y vio Alicia que, junto a la entrada del jardín, se levantaba un enorme rosal cuyas rosas eran blancas, y también vio que junto a ellas había tres naipes afanándose en pintar de rojas todas las rosas. «¿Querrían hacerme el favor de decirme- empezó Alicia con cierta timidez- por qué están pintando las rosas?» «Pues verá usted señorita –dijo una de las cartas- esto tenía que haber sido un rosal rojo, y si la Reina lo descubre, nos cortará a todos la cabeza, ¿sabe?».

Onésimo Sánchez, el de García Márquez, empezaba siempre de la misma manera sus discursos electorales «Estamos aquí para derrotar a la naturaleza. Seremos otros, señoras, señores, seremos grandes y felices», gritaba mientras sus ayudantes removían en el caldero la fórmula secreta de su cada vez más manida victoria, falsos animales que cobraban vida en el desierto, árboles de mentira que daban frutos en el salitre, casas fingidas de ladrillo rojo y ventanas con cristales que tapaban la realidad, mísera pero real. Prometía siempre la máquina de llover y los aceites «que harían crecer legumbres en el caliche». «Así seremos, señores, miren», y señalaba entonces un trasatlántico de papel que pasaba por detrás de las casas.

El océano Atlántico, por si todavía no nos habíamos enterado y pensábamos que esto era Marina D’Or, ciudad de vacaciones, baña las playas de Cádiz y es, por si tampoco nos habíamos enterado, un océano de verdad, con mareas altas y bajas, resacas, olas, y algas que son, por si tampoco nos habíamos enterado, unos seres vivos que llegan arrastrados por las olas y que de manera habitual se acumulan en la orilla. De toda la vida, vamos. Que usted y yo recordamos todavía lo desagradable que era bañarse con algas, por no hablar de lo desagradable que era pisar alquitrán –sí, sí, alquitrán- con los pies descalzos. La Delegación de Playas del Ayuntamiento ha retirado más de ochenta toneladas de algas en los últimos días, con tractores y palas mecánicas, día y noche, aprovechando las bajamares y las horas de menos afluencia de usuarios. Tal vez para que el turismo no piense que está en Cádiz, sino en Marina D’Or, ciudad de vacaciones.

Pintar las rosas, construir ciudades en el desierto y quitar las algas de la playa no son más que maneras de camuflar la realidad, trampantojos que a veces funcionan y otras ponen en evidencia nuestras habilidades de prestidigitador frustrado.

No pudimos hacer un agosto que se nos va, como se va Griñán, sin querer hacer ruido, pero dejando un estruendo de voces descontentas que ven en su marcha al Senado el truco del almendruco para que no le salpique más la marea de algas de los ERE. Y se va, encima, exigiendo una dignidad de la que él mismo se ha desprendido dejando al frente de la Junta a su consejera, convertida en presidenta por sorpresa –sorpresa para nosotros, entiéndame, no para ella. Es una dimisión valiente, dicen algunos, sí, valiente mamarracho. Blacamán, el vendedor de milagros, vuelve de nuevo a vendernos supositorios de evasión «Así los voy adormeciendo, -escribía García Márquez- con técnicas de diputado, por si acaso me falla el criterio y algunos se me quedan peor de lo que estaban».

Dicen que la mejor literatura es la que tiene como base a la realidad. Porque la realidad, siempre, siempre supera a la ficción. Vivimos, ya lo sabe, al otro lado del espejo. Donde hay padres que matan a sus hijos, mendigos que un día convertían en oro todo lo que tocaban, contrabandistas de alcohol barato, homenajes a escondidas, malos malísimos, y un otoño que, sin haber empezado, ya parece un largo invierno. El país de las maravillas.