Dos años sin vaporcito
La ausencia de la que fuera mítica embarcación deja, más allá de la melancolía y el tipismo, la sensación de que faltan recursos turísticos por aprovechar
Actualizado:Cualquiera que haya viajado de vez en cuando por Europa o América, habrá comprobado que todas las ciudades portuarias del mundo, todos los paisajes litorales, tienen algún tipo de embarcación de carácter turístico que suma desplazamiento a descubrimiento. Este tipo de naves, más o menos tradicionales, se suman a los transportes convencionales, a los ferrys y transbordadores que tienen la función de servir de medio de locomoción a trabajadores, estudiantes y, en suma, residentes en la zona. Sucede, a escala masiva, en Nueva York o Atenas pero, por no apuntar tan alto, en las rías gallegas o en cualquier isla canaria. Es la necesidad convertida en utilidad y, finalmente, en atractivo. La ciudad de Cádiz, la Bahía por extensión, nunca terminó de explotar ese potencial. El Vaporcito, hundido tal día como hoy de hace dos años, cumplía la faceta turística y sólo los catamaranes completaron la faceta de transporte ya bien entrado el siglo. Con retraso en el último caso y con timidez, en el del cantado 'Adriano III' al que un accidente mandó primero al fondo del puerto y luego a un rincón del olvido. Ahora, quedan sólo las modernas naves del Consorcio de Transportes que unen los dos roles y alguna empresa privada que lo intenta. Los primeros sirven como vehículo de desplazamiento cotidiano pero también acoge más rutas de placer, paseo y tapeo de las que cabía esperar. Con todo, es insuficiente, improvisado y demuestra que Cádiz aún no aprendió a utilizar este recurso turístico con afán y rentabilidad. Dos años después, aún parece escaso el transporte marítimo, con pocos barcos y pocas frecuencias. El apartado turístico, en cambio, aún debe reflotar.