Siria, la duda
Actualizado:Durante las dos horas que duró la entrevista, se revolvió como un puma. Fugaz, esquivo, agotador. El buscador de titulares lo hubiera agarrado del cuello, consciente de su derrota. Al despedirnos, Juan Pablo Fusi, que es uno de los mejores historiadores que tiene España, soltó un alegato, casi una disculpa quizás a toda esa indefinición suya, a todos los balones fuera: «Con el tiempo solo acierto a creer en la extrema complejidad de las cosas». Y la hice mía.
Recuerdo a Fusi este jueves en el que imagino a mi querido doctor Manuel Serrano sentado en su balcón frente a la calma sólo aparente del Mediterráneo, observando cómo palma el verano y estalla septiembre, cómo se va y viene la vida. Asomado a la inmensidad del otoño, he aprendido a dudar de casi todo, incluyendo a Dios, el Madrid, el Barça, las tortillitas de camarones del Faro de Cádiz, Naciones Unidas, el toreo de José Tomás y hasta yo mismo.
La gente que está segura de todo me inquieta profundamente. Me asustan, como zombies de las convicciones. No sé, por tanto, si está absolutamente bien que algunas decenas de misiles vuelen hacia Damasco. No sé si es correcto intervenir en Siria. Al cierre de esta edición, desconozco si dejar el país como un erial es la decisión correcta. Supongo que no es bueno de una manera absoluta. Dudo de si responderá también a otros intereses estratégicos, si alimentará el fuego eterno en el que arden suníes y chiíes, si morirán más o menos civiles, si militarmente tiene algún futuro o a la larga abonará un vergel de terroristas.
Sé, en cambio, lo que son cien mil muertos y me puedo hacer una idea del arrastrar de pies de no sé cuántos millones de refugiados. De lo que es gasear niños. Matar críos indiscriminadamente con nubes de agentes tóxicos está claro para todos los que se consideren humanos. No sé si somos unos hipócritas por no intervenir en otras dictaduras; no, no tengo la respuesta correcta, la fórmula mágica, pero probablemente no sea sentarse y esperar más muertos. Nada será fácil. Que Alá os guarde de nuestras acciones. También de nuestros silencios.