opinión

Un largo y plomizo verano

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No. Hoy no voy a hablar de nuevo de mis hijas, ni voy a contar de nuevo aquello que tanto os gustó del cuento de la luna, ni de penas, ni de placeres perdidos, ni de crisis, ni de política, ni de naufragios imposibles, ni de datos cruzados, ni de asesinatos salvajes e impredecibles. No. Hoy es un día de esos en los que me apetece hablar de pasado. Del pasado incierto que esperábamos olvidar y no hemos conseguido quitarnos de la cabeza. De ese pasado que algunos prefieren no recordar. De ese pasado que nos marcó a hierro y fuego, que nos hizo ser como somos, que casi siempre vuelve.

Hace mucho que sé que aquí casi nadie posa sus ojos. No interesa qué pueda decir este filólogo metido a periodista que soñó un día con vivir de escribir. No os interesan mis revelaciones íntimas y personales, mis puntos de vista duales sobre la realidad, sobre una ciudad que amo en la misma dosis que odio. Pero hoy no. Hoy no toca hablar de paro, ni hablar de protestas del metal, ni de sacerdotes presuntos, ni de trenes que descarrilan allá a lo lejos, y matan aquí cerquita a familias enteras.

Hoy toca hablar del pasado. De dos meses tecleando aprisa y corriendo. De los últimos dos meses de casi doce años que llevo trabajando en esto, de cómo hemos cambiado, de lo que nos acordamos de lo que perdimos, de ti y de mi. A veces me pregunto de qué sirve escribir en los tiempos que corren. La información viaja a la velocidad de la luz en las redes sociales, nos hemos convertido en seres humanos gobernados a golpe de clic, de teclados, de pantallas táctiles. Y hemos perdido el norte de recuperar lo que fuimos, de detenernos de vez en cuando a mirar lo que ya no somos.

Yo no soy periodista. Pero me gusta este trabajo. Reconozco que hubo un tiempo en que lo odié, un tiempo en que maldije haberme querido dedicar a contar, a explicar, a divagar en maquetas en blanco. Solo el paso del tiempo me hizo amar la prensa, pese a la conciencia, pese a los remordimientos.

Pero hablemos de pasado. Hoy no estoy aquí para hablar de mi. Solo hablaré del pasado. Y de cerrar etapas que queman en las manos, de devolver horas al reloj, y contar que un día fuimos felices trabajando, y contando cosas en este largo y plomizo verano que ya es pasado.