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Desgracia global, tragedia local

La muerte de una niña a manos de su padre reabre la herida siempre sangrante de la violencia doméstica que se cobra demasiadas vidas en un macabro recuento

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Los cuerpos de seguridad y los encargados de aclarar los hechos por la vía judicial piden prudencia y cautela. Faltan muchos datos por atar, había pocos avisos previos, ningún indicio anterior, ni denuncias, ni aparentes peleas. Pero con todas las reservas posibles, parece claro que la tragedia vivida ayer en Cádiz responde a un patrón de violencia doméstica que se cobra demasiadas vidas en España. Que ayer le tocara a la capital gaditana es circunstancial dentro de una desgracia global, de un drama colectivo. De nuevo, y presuntamente, un proceso de ruptura sentimental provoca un desenlace impensable y sangriento, una barbarie de violencia que se lleva por delante a inocentes que nada tenían que ver con las diferencias de la relación entre adultos. Una niña de doce años recibe un disparo mortal de las manos de la persona a la que llamaba padre, que luego se suicida. Un doble drama con el agravante de que la primera víctima no eligió su destino y ni siquiera era adulta para tomar las decisiones, por irracionales que resulten, que han causado tanto dolor.

Ayer le tocó llorar a un vecindario nuevo, tranquilo y consternado como el de las viviendas de reciente creación entre avenida de Portugal y Segunda Aguada. Pero han sido demasiados barrios en demasiadas poblaciones españolas en un sangría que nunca encuentra final.

Ni las campañas ni las medidas preventivas parecen surtir efecto a la hora de poner freno a una violencia que aparece constantemente pero siempre de forma inesperada en cualquier punto, en un casa cualquiera de una calle normal. Sólo el progresivo efecto de la educación sirve de modesta esperanza para que esta lacra pierda virulencia en los próximo años.