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La huida

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De nada le sirvió la constancia, el empeño, ni siquiera el enamoramiento por Cádiz. Pascale Pérez, una suiza asentada en la ciudad desde hace más de 25 años, cierra su taller en el barrio de Santa María y vuelve a su país. Cuenta que la marcha la vive «como un divorcio», mientras que los ojos se le llenan de lágrimas por tener que dejar esa ciudad que la cautivó años atrás. En su mirada vidriosa hay otra pena más: dejar de trabajar en lo que realmente le gusta, la cerámica. Lo hace porque ya no le da para vivir de ello y, pese a todo, se siente con suerte: «Muchos me dicen que he sido una privilegiada por vivir durante estos años de lo que me gusta. Y tenían razón».

Razón relativa, sin duda. En el contexto gris de una provincia que encabeza las listas del paro podríamos elevar la suerte de Pascale más allá del privilegio, casi una lotería. En el mundo ideal de lo que la vida debería ser, el taller que hasta dentro de poco regenta esta ceramista no es ni un privilegio, ni una suerte; es un derecho constitucional, pero ¿algo más utópico que la propia Carta Magna? Obvio es que cada uno se labra su destino. Aunque más evidente es que esta manida y maldita crisis ha convertido el destino de cada cual en un camino de espinas.

Un camino agrio, con embarque y nuevo país de residencia que Pascale emprenderá en próximas semanas. No lo hará sola, septiembre se llevará por delante a más gaditanos, jóvenes o mayores, que darán para una nueva cifra, estadística y dato de titular. Detrás de cada nombre, una historia, mayoritariamente frustrada, de probar suerte fuera de Cádiz (y de España por extensión) con el hartazgo del «ya te llamaremos». De la formación sin descanso para currículos que abundan en carreras, cursos y másteres y que cojean en la experiencia. Conocer nuevos países y probar suerte en ellos es tan sano como necesario (culturalmente hablando), Pascale es una muestra de ello, cuando hace años se decidió a venirse a España. Lo grave es que haya gaditanos que no tengan otra opción que marcharse de su ciudad y su país para poder, ya no prosperar, sino simplemente trabajar. En la distancia, añorarán ese Cádiz del que tuvieron que partir, pese a que no era su intención hacerlo. Probablemente encuentren trabajo. Y, seguramente, habrá amigos o conocidos que también los consideren privilegiados.